martes, 27 de septiembre de 2016

Partidos clónicos

Nos vamos a hartar esta temporada de ver partidos como el del Deportivo del pasado fin de semana. Encuentros copiados al más mínimo detalle. Choques mellizos, casi idénticos a los del Leganés o el Alavés que tanto alarmaron a los cenizos de guardia. Son las servidumbres de un Atleti que de un tiempo a esta parte se ha instalado perpetuamente en la nobleza de la tabla abandonando su antiguo rol de revelación pintoresca. Los rivales desfilarán por el Calderón o recibirán a los nuestros calcando el planteamiento: líneas juntas, defensa algo adelantada, un portero al que venerar y un delantero con vocación de náufrago que a lo peor hasta se dedica a repartir estopa, como el punta de los gallegos.

Hace un par de meses, sentado en una terraza con un viejo compañero de fatigas y calvicies, reparamos, fijándonos en las mesas desde las que los adolescentes nos miraban como a reliquias babilónicas, en la uniformidad estética de los tiempos. Recordábamos los años de instituto y su hormonal ecosistema de pijos Privata, punkies de imperdible en la oreja, rockers de tupé arquitectónico, mods soñando que la Vespino fuera Lambretta y heavies que ocultaban la mirada en un mar de pelo. Hoy en día, a uno le cuesta encontrar los rasgos distintivos, las diferencias entre unos y otros. Si acaso podría trazarse una línea entre aquellos de ellos, al género masculino me refiero, que están fuertes y los que están muy fuertes. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, somos tan mayores que los vemos iguales. Los asumimos como clones ante nuestra incapacidad de distinguirlos. Algo así debió pasarle a los dinosaurios. Tal vez nunca pudieron diferenciar los tipos de meteorito que los convirtieron en carne de museo de Ciencias Naturales.


Volviendo a los partidos clónicos, no queda otra que acostumbrarse. Buscar espacios donde no los hay. Desequilibrar por fuera y cambiar de registro para filtrar pases por dentro en la siguiente jugada. Abrir los campos y esperar. Son estos encuentros donde importa menos el toque o el balón largo y más la paciencia. No mirar el reloj más de lo necesario y nunca dejar de creer. Nadie recuerda, con el paso de los años, si los choques que supusieron tres puntos fueron más o menos sufridos ni si la recompensa llegó a pocos minutos del final cuando el rival cayó como fruta madura. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, los aficionados del Atleti nos hemos hecho tan mayores que vemos a la mayoría de los equipos que se enfrentan al nuestro como si fueran el mismo.

Sentados en una terraza tras finalizar el partido del Atleti, la cerveza nos supo a nostalgia mientras en el horizonte se dibujaba un año de partidos trabados que se decidirán por detalles. Encuentros clonados. Comentamos que añorábamos una barbaridad a aquellos equipos visitantes con beisbolera que meneaban el balón y las caderas a ritmo de rockabilly o a esos conjuntos con cresta que se presentaban en nuestro feudo volcándose al ataque como si no hubiera futuro. Echábamos también de menos tener más pelo, pero esa es ya otra historia.

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