Nos vamos a
hartar esta temporada de ver partidos como el del Deportivo del pasado fin de
semana. Encuentros copiados al más mínimo detalle. Choques mellizos, casi idénticos
a los del Leganés o el Alavés que tanto alarmaron a los cenizos de guardia. Son
las servidumbres de un Atleti que de un tiempo a esta parte se ha instalado perpetuamente
en la nobleza de la tabla abandonando su antiguo rol de revelación pintoresca. Los
rivales desfilarán por el Calderón o recibirán a los nuestros calcando el
planteamiento: líneas juntas, defensa algo adelantada, un portero al que
venerar y un delantero con vocación de náufrago que a lo peor hasta se dedica a
repartir estopa, como el punta de los gallegos.
Hace un par
de meses, sentado en una terraza con un viejo compañero de fatigas y calvicies, reparamos,
fijándonos en las mesas desde las que los adolescentes nos miraban como a
reliquias babilónicas, en la uniformidad estética de los tiempos. Recordábamos los
años de instituto y su hormonal ecosistema de pijos Privata, punkies de
imperdible en la oreja, rockers de tupé arquitectónico, mods soñando que la
Vespino fuera Lambretta y heavies que ocultaban la mirada en un mar de pelo. Hoy
en día, a uno le cuesta encontrar los rasgos distintivos, las diferencias entre
unos y otros. Si acaso podría trazarse una línea entre aquellos de ellos, al
género masculino me refiero, que están fuertes y los que están muy fuertes. Lo
más probable sea que, pese a creernos todavía jóvenes, somos tan mayores que los
vemos iguales. Los asumimos como clones ante nuestra incapacidad de distinguirlos.
Algo así debió pasarle a los dinosaurios. Tal vez nunca pudieron diferenciar
los tipos de meteorito que los convirtieron en carne de museo de Ciencias
Naturales.
Volviendo a
los partidos clónicos, no queda otra que acostumbrarse. Buscar espacios donde
no los hay. Desequilibrar por fuera y cambiar de registro para filtrar pases
por dentro en la siguiente jugada. Abrir los campos y esperar. Son estos
encuentros donde importa menos el toque o el balón largo y más la paciencia. No
mirar el reloj más de lo necesario y nunca dejar de creer. Nadie recuerda, con
el paso de los años, si los choques que supusieron tres puntos fueron más o
menos sufridos ni si la recompensa llegó a pocos minutos del final cuando el
rival cayó como fruta madura. Lo más probable sea que, pese a creernos todavía
jóvenes, los aficionados del Atleti nos hemos hecho tan mayores que vemos a la
mayoría de los equipos que se enfrentan al nuestro como si fueran el mismo.
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