Antes o
después, todos nos acabamos dando cuenta de que ya no creemos en la magia. A la
vuelta de cualquier recodo del camino uno se detiene y sabe que ya no habrá
noches de Reyes como las de la infancia. Nunca volveremos a mirar debajo de la
almohada para ver si el Ratón Pérez aceptó el trato dejándonos una moneda de
cinco duros. Jamás experimentaremos de nuevo el hormigueo de tantas primeras
veces. La magia se nos marchó a jirones a la vez que cambiábamos de talla de
pantalón o de zapatos. Ahora nos dedicamos a buscar el truco de la vida
sabiendo que no existe. Aun así, hay ocasiones, como la de ayer, en las que aparcamos
las miserias de la realidad y nos entregamos a la magia, que existe. A la
orilla del Manzanares, para ser más exactos.
Un
entrenador, once jugadores, cincuenta y cinco mil almas, cientos de miles y
hasta millones de hombres y mujeres se transformaron de nuevo en niños y niñas
durante dos horas. Dejaron a un lado preocupaciones, hipotecas y malabarismos
para llegar a fin de mes y se sumergieron con los ojos abiertos como platos en el
universo de magia que emanaba el Calderón. Notaron que todo era diferente. Nuevo.
Volvieron a vivir cada sensación como la primera vez. El encantamiento empapaba
corazones que latían expectantes y obligaba a animar hasta desgarrar la voz.
Las palmas echaban humo. El pitido inicial no hizo sino reforzar el hechizo.
Durante los
primeros minutos, incluso los jugadores y aficionados bávaros parecían
aturdidos por la ilusión. No había chisteras ni pañuelos infinitos, pero
comparecía un Atleti desatado. Mágico. Sin más preámbulos Saúl agarró un balón sin
trampa ni cartón y lo convirtió en uno de los goles más maravillosos que se
recuerdan. Rivales hipnotizados yacían en el camino del interior rojiblanco
incapaces de llegar a adivinar el truco. Quizás no lo hubiera. Fue pura magia.
Siguió el
equipo colchonero a lo suyo mientras el rival asistía desde la mejor localidad
al espectáculo. Tras la cortina de todo balón dividido aparecían Koke, Gabi y,
sobre todo, un inmenso Augusto para conquistarlo. La defensa ocultaba en un
cajón cada ataque enemigo para posteriormente abrirlo y ver que dentro no
quedaban migajas de peligro. Oblak, remangado, convertía la pelota en paloma
prisionera entre sus guantes. Griezmann y Torres se evaporaban y volvían a
hacerse carne en la vanguardia, obligando a los defensores del Bayern a andar
con mil ojos. No hubo dobles fondos ni ilusiones ópticas. Fue trabajo y fútbol
a partes iguales. Un derroche desplegado ante atónitas miradas llenas de
inocencia.
El segundo
acto del choque no fue a la zaga del primero. El número de ilusionismo se
adaptó a las necesidades del ambiente. Las filas se cerraron y, ante la incredulidad
del respetable, pudo constatarse que once hombres pueden levantar una muralla
inexpugnable. Buscaban los germanos un resquicio que no existía para
estrellarse una y otra vez en la tela que el gran prestidigitador Diego Pablo
había tejido en su mente. Hubo tiempo incluso para que Torres, otra vez
rejuvenecido, pudiera sellar la mitad del pasaporte a Milán en un remate que
sacó del mazo de cartas que ocultaba en la manga del contraataque.
Terminado
el encuentro nadie quiso moverse de su asiento. Levantarse y enfilar la salida,
ponerse a hacer otras tareas, cualquier mínima perturbación podría romper el
hechizo. Fuimos niñas y niños de nuevo por una noche. Creímos otra vez en los
Magos de Oriente y en un superhéroe que se apellida Ñíguez. Nos pellizcamos y
certificamos que fue real aunque formara parte de un sueño. No busquen el truco
en el Atleti porque no lo hay. Es simplemente magia.
Magia, también, cuando al terminar el partido, se ve a unos futbolistas revitalizados que acaban de dar todo lo que tenían; la de este Atléti que ridiculiza las excusas del contrario y al periodismo de la agresividad; la del cuerpo técnico al completo; la de los tifos, los cánticos, los silencios del bocadillo, esos cincuenta y cinco mil dentro, la fuerza de los de afuera.
ResponderEliminarMagia cuando pienso lo afortunado que es uno por tener al Atléti en las entrañas.
Ese resquicio que no encontraron es otra partida ganada por Simeone a Guardiola que se dio cuenta tarde sacando toda la artillería. De todas formas queda un partido en Múnich muy difícil porque es un equipo muy bueno, pero como podamos meter un gol, solo uno, que se despidan.
Saludos y buenos días.
Fernandoté.
Ayer vivimos magia, de eso no cabe duda. Coincido con su visión del partido de vuelta, metiendo un gol se acaba la cosa. Pena de palo de Torres...
ResponderEliminarBuenas tardes