Artículo publicado en La Vida en Rojiblanco: http://www.lavidaenrojiblanco.com/dos-simbolos/
Dos símbolos. Sentado uno frente al otro. Dicen las crónicas que había un testigo, pero su presencia, presidida por ese torvo apéndice nasal, siempre está de más. Aquí también sobraba. Los dos se miran a los ojos. Se dicen lo que tienen que decirse, conscientes de que en la iconografía atlética son mucho más que dos hombres que conversan. Hablan directamente, huyendo de los manoseados lugares comunes. Prescinden de formalismos y de convenciones. En momentos así no hacen falta. Afean la estampa, incluso. Son dos hombres nada más: Diego Pablo y Fernando. Fernando y Diego Pablo.
Dos símbolos. Sentado uno frente al otro. Dicen las crónicas que había un testigo, pero su presencia, presidida por ese torvo apéndice nasal, siempre está de más. Aquí también sobraba. Los dos se miran a los ojos. Se dicen lo que tienen que decirse, conscientes de que en la iconografía atlética son mucho más que dos hombres que conversan. Hablan directamente, huyendo de los manoseados lugares comunes. Prescinden de formalismos y de convenciones. En momentos así no hacen falta. Afean la estampa, incluso. Son dos hombres nada más: Diego Pablo y Fernando. Fernando y Diego Pablo.
Compartieron
vestuario siendo jugadores. Uno volvía del largo viaje de su carrera como
futbolista y el otro echaba a volar con todo el futuro por delante. Uno estuvo
presente en aquel triunfo que se marcó en nuestras almas, cuando nos hicimos
mayores borrachos de doblete y el otro heredó un equipo en derribo. El Niño
pecoso intentó tapar las innumerables vías de agua de una nave que naufragaba y
se convirtió para todos en el único bote salvavidas al que agarrarnos para no
ahogarnos en mediocridad. Años después, el destino y sus voluntades les volvieron
a juntar. Ésta vez como entrenador y pupilo.
El nuevo
encuentro les retrata a uno consagrado en su papel de apóstol del colchonerismo
y al otro como al nunca olvidado hijo pródigo que retorna. El técnico que nos
devolvió a esos lugares que habíamos dejado de frecuentar y el delantero que
cada vez que celebraba uno de los innumerables títulos encontraba una excusa
para acordarse de los que son sus colores. El jugador que lo había ganado todo
volvía para ponerse a las órdenes del entrenador con el que volvimos a aspirar
a ganar todo. El destino a veces se pone caprichoso.
Dos símbolos.
Se sentaron el uno frente al otro y hablaron. Se desnudaron con palabras y
ambos reconocieron en el otro interlocutor los mismos tonos en rojo y blanco.
Apostaría sin temor a equivocarme a que los dos dejaron a un lado sus intereses
más personales para pensar en el bien común. Seguramente se dijeron alguna que otra frase bien afilada. Probablemente hubo momentos de
dolor. Es lo que tiene cuando uno se sienta a hablar con alguien mirándole a
los ojos. Desde que se conoció la existencia de esa charla entre ellos, andan
los medios y las redes pergeñando y figurando. Imaginando lo que fue. Los hay
que reclaman conocer en profundidad el contenido de esa conversación. Les
confieso que yo no quiero saberlo. Deseo que esas palabras queden siempre entre
ellos. Son dos hombres nada más: Diego Pablo y Fernando. Fernando y Diego
Pablo.
¿Cuál de los dos lleva más dentro estos colores?
ResponderEliminarNo hay más remedio que imaginarles a ambos; uno, el maestro, diciendo que necesita algo más, y el alumno de entonces, sabiendo de lo que habla, aceptarlo con dignidad y con la ilusión de volver nuevamente, pero para quedarse.
Reciente está el recuerdo del Maestro Aragonés con tantas idas y venidas y siempre con el Atléti en su corazón, como asimismo lo llevan Simeone y Torres. No sé por qué, pero se nota.
Saludos.
Fernandoté
No podría responder a su pregunta. Son dos de los más grandes símbolos que la historia rojiblanca reciente, la que hemos vivido, nos ha dado. Se merecen un respeto, sean cuáles sean los caminos que vayan a tomar...
ResponderEliminarUn saludo