Se pone uno a escribir esto y sigue
notando el nudo que desde última hora del sábado se instaló en ese hueco entre
los pulmones y el estómago en el que se hacen fuertes estas cosas cuando nos
sorprenden. Se nota más atenuado, eso sí, pero solo por el paso del tiempo, esa
universal medicina que cura todo menos la idiotez…
Lo divino
Maravillosamente
divino es lo que este equipo ha conseguido. Ganar la liga de manera brillante y
plantar cara hasta el último instante en la final de Champions a un rival, al
rival. Le queda a uno el regusto amargo de la última batalla y gustaría que se
produjera un último homenaje. Tal vez de manera más íntima. Una visita no
institucional a Neptuno, solo ellos y nosotros. Sin pasarelas. Sin la animación
de Carlos Jean. Sin ponerle una bufanda al rey de los mares, a ese dios barbudo
y rojiblanco al que obligamos a tener siempre la casa recogida de la de veces
que vamos a visitarle últimamente. A uno le consta que ellos lo saben, pero le
encantaría ese último brindis. Ese último baile de reconocimiento. Esa ovación
cerrada que merecen por un año inolvidable, por una temporada en la que se han
hecho sitio en la leyenda.
Milagrosamente
divino es lo que Simeone ha creado. Fue entrar El Cholo en la sala de prensa y
los allí congregados estallaron en aplausos. No era para menos. Al verle tocado
pero nunca hundido fue más Simeone que nunca. Más nuestro. Ordenó y no
aconsejó, porque lo que dice nuestro entrenador son órdenes para nosotros, no
derramar una lágrima por este equipo y tenía razón una vez más. Este equipo
merece reconocimiento, celebración y hasta ponerle un piso de tres dormitorios
y plaza de garaje para coche y moto de pequeña cilindrada pero nunca pena. Se
fija uno en este Simeone del sábado y le ve más animado en la derrota que lo
que parece en la victoria y a uno le encanta. Recuerda uno que este mismo
equipo, salvo Villa y algún otro que no servía en aquel momento, coqueteaba con
el descenso en manos del grisáceo Manzano y no puede dar crédito a lo que lleva
viviendo en estos últimos tiempos. Gracias Cholo.
Divina,
como es costumbre, se mostró la afición antes y después de la cita. Antes,
desplazándose en masa a Lisboa sin pararse a pensar en el nimio detalle de
tener entrada o no para el evento. Iba la afición a Lisboa para ver el partido
pero también para estar con los suyos, con sus iguales. Los que quedaron en
casa sacaron en el prólogo y epílogo del partido esas camisetas del Atleti que no se había
quitado nadie desde la celebración de la semana pasada. Es curioso como el
aficionado atlético siempre sabe medir cuándo ponerse la camiseta, poniéndola
de igual manera en la victoria y en la derrota, midiendo los momentos en los
que se luce, lo que le diferencia sustancialmente de aficionados de otro equipo
que solo se enfundan su sosa camiseta cuando se gana. Después, volviendo con la
tristeza instalada en el pecho pero orgullosos. Sabiendo valorar en su justa
medida la gesta realizada. Cansados y con el ánimo algo magullado, nunca derrotado.
Pasadas unas horas, uno se da cuenta
de que detrás del nudo hay algo más, algo que ocupa incluso más espacio que el
nudo del que ya casi no queda rastro. La inmediatez del momento nos había hecho
reparar solo en el nudo y en nada más, pero allí hay algo mucho mayor y más
importante que cualquier nudo. Se trata de orgullo…
Lo humano
De manera
comprensiblemente humana se comportó el equipo en los últimos minutos del tiempo reglamentario y en la prórroga. Pese a haberse comportado como dioses,
detrás hay hombres. Hombres acalambrados, hombres exhaustos por demasiados
partido a partido, demasiadas finales para una plantilla más corta de lo que su
inmensidad esconde. Humano es Diego Costa y humana es su pierna, por más
placenta que se añada al guiso. Tal vez eso les haga más grandes, su humanidad.
Su capacidad para parecer inmortales cuando son como nosotros.
Ya se sabe
lo que es una final. La cara y la cruz. El ying y el yang. Risas y llanto
concentrados en un estadio. De todo tuvo esta final y todo estuvo dentro del
guión que suelen seguir esta serie de citas salvo algunos aspectos miserables y
repugnantemente humanos. Por ponerles un ejemplo, el de un ex presidente de
gobierno que, para más inri, ejerce de relaxing alcaldesso consorte de la
ciudad a la que pertenecen los dos contendientes en la final, saltando como una
quinceañera ante los goles de uno de ellos, cosa que a uno no le parece normal
ni elegante y que ha empujado a varios indecisos o abstinentes de voto a los
colegios electorales en la jornada posterior al encuentro. De infrahumana
vileza puede calificarse también la celebración de un gol superfluo y la posterior
ejecución de bicicletas de la plañidera lusitana, siempre dispuesto a engordar
su leyenda de inutilidad en partidos importantes, en partidos de hombres.
Dispuesto a ser idolatrado más si cabe por los del mal perder y peor ganar
demostró una vez más su catadura moral, su osadía por la espalda y su cobardía
cara a cara. Nada que nos extrañe.
Veleidosamente
humana parece ser esta copa que se echa de menos, y no por falta de méritos, en
nuestras vitrinas. Van ya dos veces que nos deja plantados en el altar, a punto
de pronunciar el sí quiero que nos una para siempre. Tiene esta copa curriculum
de veleta y de ello pueden dar testimonio Benfica, Milán y Bayern, por poner un
ejemplo, pero con ninguno ha mostrado un comportamiento de calientabraguetas
como con nosotros. Osó en su día a plantar a Luis y ahora ha osado a plantar a
Simeone, dos grandes de nuestra historia. Seguro que nos volvemos a encontrar
en el camino cualquiera año de estos. Ella, melosa como siempre, se enganchará
de nuestro brazo con salero y esta vez será para quedarse a nuestra vera.
En el aula de la escuela que el
domingo hacía las veces de colegio electoral, uno esperaba su turno con la
camiseta rojiblanca puesta. Notaba uno sin hacer ningún caso como las miradas
se posaban en él y oía murmullos. Comentarios condescendientes vertidos por lo
bajinis de los que ese día y solo es día se habían puesto la camiseta
descolorida remetida bajo la cinta de la riñonera. Abarrotado estaba el recinto
de números sietes, de reconocimientos a la ruindad y la villanía cuando a la
cola que se estaba formando frente a la mesa de al lado llegó un niño de unos seis
años de la mano de su madre. Se me quedó mirando unos segundos y sonrió
señalándose el escudo de la camiseta rojiblanca que también él vestía. Ponía
Gabi en la espalda.
Precioso
ResponderEliminarsimplemente atlético de Madrid
ResponderEliminarGenial el artículo.
ResponderEliminarSeñor! que usted un Señor! Que manera de emocionar tiene usted...siga deleitándonos por favor con cada artículo,e instruyéndonos.Gracias.
ResponderEliminar¿Señor? Que aunque aparente uno una vejez prematura todavía está en edad de merecer....
ResponderEliminarGracias a todos..
Sublime, con un final apoteósico.
ResponderEliminarUn abrazo y muchas gracias.
Sublime (e infinito) es el coraje de nuestro capitán....
EliminarUn abrazo, Don Paul
Ayer me comentaron que Gabi había jugado el último mes con una fisura en la costilla. El Gran Capitán.
EliminarDe esa costilla fisurada de Gabi debería crearse el Atleti del futuro...
EliminarNo se crea que me he olvidado de usted D. Emilio, es que no levanto cabeza. Pero del trabajo, porque por lo otro la llevo orgullosamente alta.
ResponderEliminarBuenos dias. Y gracias por sus escritos. Veremos que nos depara la nueva temporada.