Si alguno
de ustedes decide algún día adentrarse en el local de Electrodomésticos
Telesforo Sumideros, hijos y alguna sobrina, lo primero que notarán será un ambiente pesado, un
aire casi irrespirable. La tienda huele a solera, a polvo depositado sobre los
muebles con la connivencia del tiempo pero sin que medie dejadez. Muchos de los que
entraron alguna vez incluso dijeron que les pareció que durante su visita a la
tienda, las manecillas del reloj avanzaban más despacio, como si nadaran a contracorriente en
esa atmósfera densa que ahoga los pocos rayos de sol que osan traspasar el
filtro del escaparate. Cuando vayan, seguro que verán a Telesforo hijo,
Telesforín para los más cercanos, sumido en cavilaciones con su eterna cara de
hastío. Siempre amargado, siempre maldiciendo por lo bajo el haber accedido a
continuar con el negocio como prometió a su padre en el lecho de muerte.
También observarán que un individuo con un guardapolvo de esos de un color azul
desvaído por los años y los lavados no para de revolotear industriosamente
entre el género repartiendo manotazos. Ese es Crisálido, único y más veterano empleado de la empresa y parte
sustancial de la herencia que Don Telesforo padre legó a Telesforín.
– El
negocio te lo dejo a ti, hijo mío, pero a Crisálido me lo respetas a pesar de
sus cosas –dispuso el fundador de la compañía como condición innegociable.
Mil veces se
había arrepentido Telesforín de rendir banderas en ese punto. Mil veces despidió fulminantemente a Crisálido tras una de las suyas para ver como al día siguiente se
volvía a presentar como si nada a las nueve de la mañana. Daba igual que el
motivo del despido fuera tan indiscutiblemente justo como cuando echó con cajas
destempladas a los repartidores que venían a traer las primeras pantallas
planas. “Muy señores míos, las televisiones, como las damiselas, deben gran
parte de su encanto a las curvas. Y si son en la parte trasera, aún mucho
mejor”, añadió mientras blandía un ventilador rotatorio de pie para espantar a
los sorprendidos operarios. Nunca había traspasado el umbral del local una
pantalla llena de estrecheces, como decía él. Nunca se puso a la venta tampoco
una consola de nueva generación llena de gigas, ni un robot de cocina rápida…
– La cocina
requiere tiempo, Señor Sumideros ¿Podemos ser tan irreverentes como para pretender
acelerar los tiempos de un sofrito de cebolla y ajo, base de la pirámide
alimenticia y gustativa patria? Usted verá lo que hace, pero si busca mi complicidad
comercial ante esa blasfemia temporal y culinaria no puedo menos que declararme
objetor de conciencia…
Si ustedes
se acercan al negocio un día como el de hoy, repararán en que Telesforo hijo,
es decir Telesforín, anda más preocupado que de costumbre. El motivo de su
quebranto es nada más y nada menos la victoria en la Eurocopa de la selección.
Su intuición y el viejo manual de marketing agresivo que guardaba de sus años
como estudiante por correspondencia, le habían empujado a ofertar, lo mismo que
hicieron en situaciones análogas otras cadenas del aparato enchufable, la
devolución del importe de los televisores comprados durante el evento siempre
que la Roja saliera vencedora en el envite. Nada de ello le había comunicado a su
asalariado, convencido como estaba de que ese anuncio solo le reportaría
quebraderos de cabeza y enconadas discusiones. Eso sí, las señales y las conversaciones
furtivas oídas casi sin querer entre su particular empleado y los vecinos que
se acercaban a echar la tarde a la trastienda parecieron atisbar un
alineamiento, aunque fuera fortuito, entre su estrategia comercial y los
criterios de Crisálido. No pocas veces lanzó éste el periódico por la ventana con ademán
contrariado tras leer alineaciones y planteamientos con los que el
combinado nacional abordaba los duelos. En varias ocasiones le oyó maldecir esa
veleidosa moda de los falsos nueves e incluso desestimar invitaciones a un
cocido en la taberna de al lado si el convidante no abjuraba por escrito de su
opinión de que el doble pivote Busquets-Alonso otorgaba empaque al juego.
Comercialmente,
la medida tomada por Telesforín había arrojado unos incontestables beneficios. Tres
televisores, tres, se habían vendido en las últimas semanas. Nada menos que una
subida del trescientos por cien en los gráficos empresariales, dato éste nada
desdeñable cuando de un negocio que expende televisiones que llevan en stock
desde el mundial de México 86 se trata. La victoria patria iba a dejar el
balance en cueros. Los usuales números rojos, se tornarían más encarnados que
de costumbre. Aún así, lo que más dolía al propietario es tener que reconocer
ante Crisálido el fracaso contable de la idea. El no triunfo de la modernidad, como
decía siempre aquel cuando pontificaba ante la audiencia compradora que no se
podía confiar en un aparato eléctrico que no mejorara en sus prestaciones con
un cachete, como pasaba con las radios antiguas.
No tuvo más
remedio el patrón que coger al toro por los cuernos y plantear la cuestión a su
contumaz empleado. Crisálido iba ensanchando la sonrisa a medida que Telesforín
desgranaba el balance. Le dejó hacer saboreando el momento. Pareciendo alargar
esos segundos que en el local son casi minutos…
– ¡No sé de
qué te extrañas y qué te parece tan gracioso! –añadió el ideólogo de la
campaña–. ¡Anda que no te he oído refunfuñar sobre el Marqués, sobre el estilo
de juego y hasta sobre las desafortunadas medias de Casillas! ¡Ni tú mismo confiabas
en repetir éxito!
– Mire
señor Sumideros, lo que yo opine o no es cuestión muy mía, que para eso asumo
que un esteta como yo no tiene cabida en este mundo de tiburones financieros y
entrenadores resultadistas. Lo de la Roja no es tanto una cuestión de delanteros mentirosos u honrados ni de que haya cabida para laterales con carencias
estructurales a la hora de realizar un control como Dios manda. La cuestión es
que el talento emerge casi siempre por mucho que queramos acotarlo y ponerle
puertas o cerrojos Fac con tres vueltas de llave. Servidor no ha dudado de las
posibilidades de los nuestros a la hora de conseguir objetivos, sino del camino
elegido para llegar a ellos. Hoy o mañana, algunos ventajistas pasarán por aquí
para acusar recibo a toro pasado. Para hincarse de hinojos ante el fin y
despreciar los medios. Aquí les recibiré gustoso…
La impotencia
de no doblegar la voluntad de Crisálido reconcomía a Telesforín pero calló, en
parte por atenuar las ganas de despedirlo de nuevo que le estaban entrando y en
parte porque había entendido un muy pequeño porcentaje del discurso de ese filósofo
de los tubos de imagen que compartía espacio vital con él. Siguieron cada uno a sus
cosas, pocas la verdad. El uno inundado de aburrimiento y desazón y el otro repartiendo
cachetadas de mantenimiento entre los aparatos de la tienda. Solo antes de echar
el cierre metálico, Crisálido, como corolario, apuntó una frase que Telesforo hijo no
acabó de comprender, una vez más…
– Además,
puestos a apostar, no apueste usted nunca en contra de un equipo en el que juegue
el nueve. El de las pecas y el pelo rubio. Ese, ese siempre suele ganar…
Si alguno
de ustedes decide algún día adentrarse en el local de Electrodomésticos
Telesforo Sumideros, hijos y alguna sobrina, probablemente el ambiente denso y la atmósfera
cargada les aconseje dar media vuelta y salir de nuevo a la calle. No lo hagan.
Quédense un rato y conversen con Crisálido…y ya puestos, le dicen de mi parte
que aquí hay uno que comparte su visión de la vida, sobre todo en lo
futbolístico. Y en ciertos puntos de lo tecnológico, también…
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Jimena San Martín
D. Crisálido tiene una forma de ver la vida que comparto plenamente a pesar de mi indudable juventud e inexperiéncia (no llego a la cuarentena apenas), salvo, quizá, que las curvas son para las mujeres y para las carreteras de montaña. Las teles mejor en plano.
ResponderEliminarLa Eurocopa ha sido una alegría. Para mi, que he tenido que trabajar en el extranjero con gabachos y spaghettis, el poder sacar pecho futbolístico después de tragar kilos y kilos de mundiales y egos, es un alivio considerable (al menos, en lo que al futbol se refiere). A sumar además, el pichichi de La Máquina y el escudo de Atleti paseado por la Cibeles. Como en los orígenes de estas celebraciones fuenteriles, oiga.
La flor en el trasero del inefable alineador bigotudo ( no confundir con el inefable alineador gafapastiano, que no tiene flor...ni ná) ha resuelto de nuevo un campeonato en el que, salvo la final, no se ha jugado ni a las tabas. O mejor dicho, no se ha jugado porque no han querido. Siempre con el freno de mano echado. Siempre contemporizando y jugando con fuego. Ha salido bien, pero no hubiese sido raro que saliese mal. Es una opinión, claro. Y personal, evidentemente. Si se leen los periodicos, yo y mi opinión hemos visto otro campeonato. Cosas de ser crítico...
Y ahora la pretemporada y la Supercopa de Europa de nuestro Atleti...o de la Máquina. Hay algunos que ese día no pondrán la tele, porque se pensaban que iban a estar ahí. Cosas de ganar los campeonatos. De ganarlos de verdad, no en las portadas de los periódicos...
Buenos dias.
Para que vean ustedes hasta qué punto me identifico con Crisálido, hasta hace menos de un mes las dos teles que había en mi casa tenían trasero abultado pero respingón. Acaba de llegar una nueva totalmente estrecha y llena de tomas absurdas para interactuar con todo tipo de aparatos que nunca poseeré, de momento sigo mirándola con prevención...
ResponderEliminarEn mi opinión, el desempeño nacional en la Eurocopa podría calificarse de rayano al sopor salvo en momentos muy determinados pero no puede discutirse la solvencia de unos jugadores que, amén de talento, atesoran una seguridad en sí mismos y como grupo insultante. No quita todo esto que uno esté alegre y hasta moderadamente emocionado (a lo que contribuye sustancialmente ver engordar el curriculum de Torres y de ese Juanfran que se ha ganado un poquito más de sitio en nuestros corazones). No debiera esta emoción ser óbice para poder analizar y discutir lo que a bastantes (y casi diría muchos) nos parece mejorable.
Buenas tardes....