“¡EN EL
NOMBRE DE LA DEUDA!”, esgrimen los evangelizadores desde sus púlpitos alzando teatralmente libros de cuentas, utilizando la deuda como coartada que
justifica todo. Crean en ella. Tengan fe ciega en su existencia. Sepan que si
no fuera por esa invitada inesperada se hubiera mantenido a Torres, no pasaríamos el verano con
el Tigre y su salida detrás de la oreja y hasta se podrían acometer reformas
estructurales en unos videomarcadores cuya definición recuerda cada día más a la
que se veía cuando se cargaban los juegos en el Spectrum 48k. Los pobres indios
(literalmente) asistimos al discurso de los que colonizaron el continente
rojiblanco imponiendo la religión del pelotazo y de la comisión con los ojos
como platos y ya casi aceptamos ovinamente que hay que vender más que comprar.
Si lo dicen los conquistadores de bolsillo de poca salida y abundante entrada,
será por algo.
De vez en
cuando, algún colonizado con ganas de tocar esas narices con forma de alfanje
moro, pregunta por la cuantía de la deuda y pide explicaciones de manera
descreída. No puede haber sombra para la duda. Esa duda podría propagarse al
resto de una feligresía que debe abrazar la fe tragándose los dogmas contables
con dos decimales y un vasito de vino peleón con gaseosa. Pero, ¿cómo es de
grande la deuda?, sigue inquiriendo el aborigen impertinente, ¿Es de tamaño din
A4?, ¿Duplica su población en época de verano como Cercedilla? Es entonces, ante
el agolpamiento de las preguntas tanto tiempo sin contestar y la ineficacia del reparto de baratijas, cuando el ideólogo
salta al ruedo para ofrecer otra tramposa larga cambiada con tono pausado.
Hablando quedo. Susurrando pero con un toque nasal, no podía ser de otra
manera, en la voz.
El muy hijo de su padre habla de la deuda con resignación distante. La tiñe de casualidad
y parece que cuando habla de ella se refiriera a un fenómeno meteorológico.
Está ahí y no se puede hacer nada. Nos ha caído encima la deuda como una
granizada en julio y nos ha arruinado la romería europea que protagonizan los
cuatro primeros clasificados del ejercicio anterior. La perorata se llena de oraciones
impersonales y de terceras personas del singular para no tener a quien señalar. Da
la sensación de que él se fue a pasar el fin de semana fuera y a la deuda le
dio por hincharse y descontrolarse en una fiesta organizada a sus espaldas que
finalizó con la llegada de una pareja de la Guardia Civil que tuvo que
personarse ante el ruido que provocaba una deuda tan crecidita. Ni un atisbo de
reconocimiento de culpa. Ni un ademán que hiciera pensar arrepentimiento o
asunción de responsabilidades. Esto no va con él. Va con ustedes, pobres indios
a los que esto les duele. A él y a su pléyade de descubridores de continentes
donde evadir divisa se la trae al pairo si la deuda cada verano se deprime al
ver que no le cierra la cremallera del pantalón. Cualquier fin de semana de
estos se volverá a ir fuera y a su vuelta pondrá cara de sorpresa mayúscula
cuando le cuenten que ha tenido que venir de nuevo la Guardia Civil,
esta vez para quedarse.
gil y cerezo golfos ladrones.
ResponderEliminarNuestra deuda la controlan unos primos de riesgo auténticamente peligrosos. ¿O será que los primos somos nosotros?
ResponderEliminarSin ninguna duda, Don Juan. Nosotros, o al menos, una parte de nosotros, somos bastante primos.
ResponderEliminarAy los delitos prescritos... cuanto golfo en la calle...
ResponderEliminarInundadas andan las calles de golfos, los palcos también, claro...
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