Artículo publicado en ctxt.es http://ctxt.es/es/20160113/Deportes/3666/Oblak-portero-Atletico-de-Madrid-Courtois-Moya-La-Colchoner%C3%ADa.htm
Existen pérdidas de las que creemos que nunca vamos a recuperarnos, aunque todos sepamos que eso es falso. Al ser humano le encanta rebozarse con la desdicha del momento. Pensar que nada será igual; gimotear desconsoladamente por lo que no volverá; recordar un pasado grabado en el recuerdo con una paleta de colores mucho más vivos que los que tuvo en la realidad. Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen algunos entre achaques y nostalgias mientras la vida les contradice a cada minuto con un nuevo amor, un viaje a un sitio por descubrir o un portero esloveno de sobriedad proverbial.
Existen pérdidas de las que creemos que nunca vamos a recuperarnos, aunque todos sepamos que eso es falso. Al ser humano le encanta rebozarse con la desdicha del momento. Pensar que nada será igual; gimotear desconsoladamente por lo que no volverá; recordar un pasado grabado en el recuerdo con una paleta de colores mucho más vivos que los que tuvo en la realidad. Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen algunos entre achaques y nostalgias mientras la vida les contradice a cada minuto con un nuevo amor, un viaje a un sitio por descubrir o un portero esloveno de sobriedad proverbial.
Fueron
muchos los que lloraron como irreparable la pérdida de Courtois. El agujero que
el belga dejó se antojaba casi imposible de rellenar a pesar de que la suya
fuera la crónica de una salida anunciada. Daba un poco igual que Tibu, para los
amigos, que éramos todos, nunca llegara a ser nuestro realmente. Cada verano se
marchaba para luego volver con la misma sonrisa bonachona puesta. Le perdíamos solo
por lo que duraba un paréntesis estival y sus regresos acabaron por convertirse
en una rutina irreal destinada a ser vivida eternamente. De repente, a la
vuelta de unas vacaciones ya no volvió. No retornó, además, para ponerse a las
órdenes de la madrastra de Setúbal, lo que dejó una mayor sensación de
desolación bajo los palos del Calderón. Fue entonces cuando la pérdida, fea y
descarnada, se nos metió a todos dentro dejando un paraje yermo de esperanza,
una apocalíptica visión de un futuro de cantadas y salidas a por uvas en
balones colgados al área.
La gran
mayoría de nosotros no había oído hablar de Oblak cuando ya estaba a punto de
aterrizar en Madrid. "Viene del Benfica". "Ha destacado en la liga portuguesa". "Es
muy joven". "Se trata del desembolso más importante por un portero en la historia
patria". Los titulares se llenaban de lugares comunes que invitaban a la
desconfianza. Olía a negociete. A Pizzi, a Elías, a Dani o a Rubén Micael.
Jugadores que vivían sin vivir en sí, y a veces incluso más lejos y de alquiler.
El cierre de los flecos de la operación obligó a que se incorporara a los
entrenamientos un poco más tarde. Apenas unos días, los suficientes para que
Moyá, recién llegado a la causa también, le comiera la tostada y dejara enamorados
– ¿cómo no enamorarse de Moyá en cualquiera de los sentidos?– a cuerpo técnico
y gran parte de la afición. La primera vez que vimos al esloveno en serio fue
en Atenas. El choque y su actuación nos dejaron fríos, helados incluso. Un
balón resbaladizo que encontró un hueco improbable bajo la axila nos volvió a
hacer sentir la pérdida. Tocarla de nuevo. Abrumarnos por su enormidad. La
alargadísima sombra de Courtois volvía a crecer exponencialmente.
El
siguiente capítulo de la historia se escribe en el partido de vuelta de una
eliminatoria de octavos de final de Champions. Moyá, titular no solo en liga sino
también en Europa desde lo de Atenas, se rompe. Hasta la fecha, las dudas sobre
las actuaciones del balear, que las ha habido, no han sido suficientes para
apartarlo de la titularidad. Sale Oblak al campo tras calentar frugalmente su corpachón de
boxeador y la afición le abraza. Olvida en ese mismo instante la
pérdida que recorría la grada libremente. El estadio alienta al esloveno sin
reservas e incluso improvisa sobre la marcha un cántico en su honor con toques
de rumba que haría temblar a cualquier arreglista musical. Jan responde durante
el partido y, sobre todo, en la tanda de penaltis que cambiará su vida.
Desde
entonces, los partidos se han llenado de exquisita colocación y de grandes
paradas. No hay resquicio para que ninguna duda se cuele en la confianza que el
aficionado rojiblanco tiene en su portero. Aupado en una defensa numantina,
Oblak se ha convertido en el último y más fiable guardián del muro. Ya no hay balones
por alto que provoquen tembleques. No existe ninguna falta cercana al área ante
la que mostrar nerviosismo. El esloveno combina reflejos felinos con una
sensación de aplastante seguridad cada vez que el balón osa rondar sus
dominios. Los mano a mano con delanteros rivales han pasado a convertirse en
sus días en la oficina. No cambia el rictus tras desbaratar cualquier
acercamiento enemigo y hasta parece que su pelo, que se antojaba en retirada,
ha renacido. Nada hay que temer en los próximos años –salvo tejemaneje de los
del palco, siempre tan proclives a ventas a traición apoyadas en el interesado
mantra de jugadores que juegan donde quieren–, hay portero para más de una
década.
No somos
capaces de precisar cuándo nos dimos cuenta de que habíamos olvidado a Courtois
en el buen sentido. Siempre estará en nuestros corazones y le desearemos lo
mejor allá donde esté, pero ya no volveremos a sentir esa pérdida enorme y negra
que su marcha nos dejó. Han pasado los días, los meses y los partidos del
Atleti y ya casi nadie añora tiempos pasados en la portería. La seguridad de
Oblak ha impregnado nuestras vidas y nuestros recuerdos. La sensación de pérdida
se ha evaporado totalmente. Uno cree que empezó a difuminarse aquella noche de
Champions en la que la grada adoptó al esloveno sin papeleos. La pérdida quedó
olvidada definitivamente en el punto de penalti más cercano a una de las dos porterías
del Calderón.
Y es verdad que costó caro. Pero si caes en la cuenta de que otros se gastaron este verano 20 millones (6 para que se fuera uno que estaba; 6 para fichar a uno que no juega; 5 como indemnización a uno que al final no vino y 3 para contentar a uno que ya estaba)... pues se antoja calderilla lo que pagamos por esta joya. Hasta empieza a parecerme guapo, con ese pelazo.
ResponderEliminarUn portero así, de los que da puntos, siempre es barato. Y tiene su aquel además, Don Juan.
ResponderEliminarUna seguridad bajo los palos sin aspavientos ni reproches a ninguno de sus compañeros. Hasta parece poseer una ligera timidez.
ResponderEliminarAlgún día nos deleitará usted escribiendo sobre el complemento de un buen portero: la defensa. Así lo refrendó Molina en su época de oro.
Saludos.
Fernandoté.
La defensa de este Atleti nuestro da para un libro gordo. Como crimen y castigo pero a la rojiblanca.
ResponderEliminarCierto lo de la timidez, y eso es algo que uno agradece en estos tiempos de selfie y señalarse el pecho tras hacer alguna monería.
Saludos
Mis amigos saben qué confianza tenía yo en este portero antes de que viniese (tengo pruebas ;-). No obstante, he de reconocer que ha mejorado las expectativas que sobre él tenía, nunca pensé que pudiera decir sin avergonzarme que tiene pinta de ser el mejor portero que hayamos visto por aquí, y eso que Tibu era buenísimo. Pero la seguridad que da este muchacho, sobre todo por alto y el hecho de que ataje todos los balones que le llegan o los despeje fuera de cualquier situación peligrosa, habla muy bien de Jan. Y no debe ser tan fácil cuando casi nadie lo hace. No me salen más de... Neuer.
ResponderEliminarSaludos para todos, discúlpenme.
ResponderEliminarYo también creo que es más completo que Tibu, aunque quizás el belga tenía más reflejos. Desde luego no lo cambiamos por nadie.
ResponderEliminarMire usted que a mí Neuer, como que no. No es raro verle hacer unas salidas frívolas con los pies, que nos pondrían los nervios a punto de nieve...
Un saludo