Las
navidades ya no son lo que eran. No solo baso mi afirmación en la extinción
total de especies como la cesta que empresas, proveedores y demás deudos
regalaban a cualquiera que pasara cerca cuando la economía transitaba por la
etapa del estirón. No crean que me apena el desplome de la venta de panderetas
ni las leyendas que aseguran haber avistado años atrás en sus mesas a unos
seres mitológicos llamados percebes. Lo que me falta de las navidades, lo que
realmente echo de menos es la abulia futbolística, la falta de ansiedad
balompédica.
Anteayer,
como quien dice, llegábamos a estas fechas con el Atleti hecho unos zorros.
Zarandeado por cualquier Albacete en Copa; borrado del mapa europeo, si es que lo había, por algún rival de nombre lo suficientemente exótico para ser
funestamente recordado para los restos; sobrellevando la liga desastradamente,
con la camisa por fuera del pantalón y las gafas torcidas y remendadas con
esparadrapo. Soñando, ilusamente, con que te quedara para septiembre la final
de la Intertoto. Trofeos Spiderman al margen, claro está.
Muchos nos
sumergíamos en las fiestas con afán de olvidar, de mitigar el dolor que en
nuestras carnes laceraba el esperpento recurrente. Levantaba la voz el cuñado
cuando hablaba de hazañas y aspiraciones intactas de otros y nosotros
guardábamos un silencio con aroma a rendición. Si acaso le echábamos la culpa a
un empedrado que a veces tenía nombre de linier. Miraba uno el calendario de
lejos, no fuera a parecer más cercano el momento de retomar las competiciones y
volver a la montaña rusa de fraudes semanales. Las navidades eran una tregua.
Cena en familia, Raphael y olvidarse del fútbol unos días. Hubiera o no
percebes, que no los había, todo sea dicho.
Hoy en día
disfrutamos menos de las navidades, ausencia de cestas aparte, porque su paréntesis nos aleja de este Atleti
nuestro del que somos adictos. No hay polvorón ni cochinillo que nos haga
quitar la vista del calendario. Pasamos las horas echando cuentas, imaginando
cruces, pariendo alineaciones preñadas de todocampistas que ejercen de volantes
y debatimos sobre cuál es el nueve que pondríamos de aquí a final de temporada.
Atrás quedaron los años en los que los Reyes nos dejaban el carbón de alguna
baratija que remendara el siete acostumbrado. Se sienta uno a la mesa y come sin
masticar, como los pavos, en un vano intento de que el reloj marque las horas
con más premura, de forma contraria al bolero. Se dice que desde un tiempo a
esta parte, es sencillo detectar al aficionado rojiblanco por signos externos
como el de acabarse las doce uvas cuando no han terminado de sonar los cuartos. Los
especialistas denominan a este cuadro sintomático síndrome reactivo-colchonero
a lo de Marisa Naranjo. Un dislate, vamos.
Gran honor ser el primero en desearle un primoroso 2016, D. Emilio y de paso, aprovechar para suscribir punto por punto lo descrito en su acertado artículo. Espero que este año siga deleitándonos con ellos y que nuestro Atleti le siga dando motivos de alegría.
ResponderEliminarFeliz Año, Don Messareggio. Un placer siempre su presencia en esta, que puede considerar su casa.
EliminarAbrazos