Me parece
recordar que el día en el que el Atleti dejó de ser un equipo simpático fue un
jueves. Dicen los psicólogos que el jueves es el día de la semana laboral
estándar que mejor se afronta, dado que el viernes se convierte en un dejarse
llevar hacia el prometido horizonte del fin de semana, pero aquel jueves fue
muy distinto. Mi memoria no acierta a recomponer los sucesos acaecidos en los
días previos a aquel jueves de hace más o menos dos años en el que el Atleti se
liberó de esa dudosa carga, llena de condescendencia, que hacía que muchos
ciudadanos le consideraran su segundo equipo. Probablemente, en las fechas que
precedieron a aquel fatídico día, el Atleti osó a plantar cara de nuevo e hizo
morder el polvo a rivales que hasta poco tiempo antes afrontaban los partidos
contra los rojiblancos con la misma preocupación con la que se espanta una
mosca. Puesto que nadie había advertido previamente de la dolorosa pérdida, los
aficionados colchoneros nos levantamos ese día como si fuese un día cualquiera.
Nada hacía presentir el fatal desenlace. En ocasiones así, es de esperar una
señal que anuncie la extinción contractual como equipo simpático. Tal vez un
crujido seco. Acaso un grito desgarrador. Un punto de inflexión que permita
iniciar el nuevo camino. Un suceso más o menos teatral desde el que asumir la
nueva condición de seguidor de equipo antipático.
Al llegar a
la máquina de café en el trabajo o al pedir un cortado con churros en la barra
del bar ya se notaba que algo había cambiado. Las bromas de antaño se habían
evaporado dejando en su lugar todo un catálogo de gestos avinagrados. No
quedaba rastro de aquellas sonrisitas llenas de suficiencia ni de la falsa
empatía que los otros nos donaban graciosamente, habían sido sustituidas por
actitudes de profunda ofensa para con nosotros. Donde antes había flores ahora
había dolor y rencor. El ambiente se llenó de lugares comunes: permisividad,
violencia, límites del reglamento tradicionalmente respetados mancillados
dentro del proceso de transmutación de la simpatía en animadversión. Fue
significativo constatar cómo aquellos que nos poníamos la camiseta del Atleti
pasábamos a ser sospechosos por portarla. Cómo de un día para otro nos
convertíamos en cómplices de la banda que pretendía poner patas arriba el orden
establecido. De qué manera los padres prohibían a sus hijas en edad de merecer
hablar con ese chico del cuarto derecha porque era aficionado rojiblanco. Desde
entonces, la escalada de rechazo hacia las malas artes de aquel conjunto
destinado a perder que cumplió su sueño de ganar ha ido en aumento. Diariamente
se vierten nuevos testimonios a los que agarrarse con fuerza para reforzar la
antipatía hacia los chicos de Simeone, hacia el cuerpo técnico y hasta el oso y
el madroño, que algo tendrán que ver en todo esto. Pasado el tiempo, uno
recuerda ese jueves con mucha nostalgia. Ese día hubo muchos que disfrutamos
una barbaridad, todo sea dicho.
Desde hace
unas cuantas semanas, hemos ido notando al recoger a los niños del colegio o al
departir con el frutero que esa antipatía ajena que con el tiempo se ha
convertido en una inseparable y fiel compañera ha conseguido propagarse como el
virus de la gripe en nuestras propias filas. Tampoco en esta ocasión hubo
ninguna señal que vaticinara el hecho. Nos levantamos como cualquier otro día y
no llegamos a escuchar ningún crujido. Ningún sobresalto. Ni rastro de un
suceso traumático desde el que entender las posiciones de los que no piensan
como tú. Ya no solo se nos mira con prevención desde otras orillas, continuamente
surgen voces a nuestro lado de neoaficionados atléticos en los que el discurso de
la simpatía extraviada ha calado por el método del gota a gota. De nada ha
servido esgrimir la hemeroteca a modo de objeto punzante con el que pinchar el
globo de los que olvidan oscuro pasado reciente preSimeoniano. Toda la simpatía
que este grupo de jugadores ha ido sembrando a lo largo de su admirable camino
se torna antipatía con el paso de las jornadas. Se usan argumentos sobados como
el del mal juego, la falta de calidad en ciertas posiciones, la gestión de
plantilla por parte del Cholo. Se sospecha de los cambios y del sistema. Se
recela del plan y se blasfema sin pudor calificando la etapa como quemada. Con
este panorama, no se libran tampoco ni oso ni madroño, culpables sin presunción
de inocencia por su sola presencia.
Toda la
naturalidad y el regocijo con los que se había asumido la compañía de la
antipatía ajena, se han tornado pesadumbre en cuanto la antipatía se ha mudado
a nuestro barrio. La pregunta sobre la que uno no es capaz de encontrar
respuesta posible es la de cuándo pasamos a ser un equipo antipático para
nosotros mismos ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué nos hemos perdido los que no encontramos
suficientes motivos para señalar al equipo como intrínsecamente antipático? A
veces solo la perspectiva que ofrece el paso del tiempo permite responder a
muchas de las preguntas que asaetean a los seres humanos. Quizá solo un análisis
arqueológico de los restos de la simpatía perdida entra los nuestros pueda
arrojar luz sobre lo que pasó el día en el que decidió irse a por tabaco. Creo
recordar que fue un jueves.
No sé si fue un jueves pero lo ha descrito tan bien que sólo puedo asentir, aplaudir y compartir. Gracias por ser tan claro y certero.
ResponderEliminarSaludos rojiblancos.
Gracias por el comentario, Don Santiago...Debió ser jueves porque había Europa League en la tele, cuando en la tele se veían competiciones europeas
EliminarSaludos
Bendita antipatía. Yo a los que no rivalizan con nosotros ni los considero. Un abrazo
EliminarCon lo bien que se vive siendo antipático a tiempo completo...
EliminarAbrazos