Al igual
que en la anterior cita en el Calderón fueron los niños los que acompañaron a
sus padres, a sus madres, a sus abuelos, esta vez también la parroquia
rojiblanca se acercó a la Ribera del Manzanares en compañía. No fueron ayer esos
pequeños atléticos con chupete y coletas los que iban agarrados de las manos de
sus mayores, no, ayer el estadio y sus aledaños se llenaron de atléticos que
llevaban de la mano muchas y variadas teorías. Las había de todo tipo, unas
regordetas y con mofletes pronunciados y algunas otras raquíticas y casi
insostenibles. Las había que vaticinaban el fin de una era y hasta otras que
vaticinaban el fin de los días tal y como los conocemos. Las había rubias y
morenas, altas y bajas, feas y guapas y hasta hubo una muy celebrada sobre el
beber antes de entrar al campo todo lo posible para evitar la subida de
impuestos indirectos, que para aquel no versado en la materia son los impuestos
en los que el colegiado o el inspector de hacienda eleva su mano antes de sacar
el golpe franco y no puede ser jugado directamente a portería so pena de
anulación del borrador de la declaración e inspección fiscal.
La más
repetida de todas las teorías que revoloteaban ayer por bares y centros de
reunión colchoneros era una que se mostraba bien criada, casi cebada con el
paso de los días. Decía dicha teoría que era mejor no ganar al eterno rival en
el choque de ayer, no fuera a ser que éste se enfadara por el desplante y
acudiera a la final de Copa herido en el orgullo. Exponía ésta teoría su
esencia mientras degustaba un gintonic acodada en la barra de una cafetería de
solera del Paseo de Pontones y hasta hubo alguno que la abrazó con profusión,
justo hasta el momento que Don Servando, un aficionado que se había metido
entre pecho y espalda casi quinientos kilómetros de autocar para ver a su
Atleti romper la infame racha, la tiró por tierra entre los gestos de
asentimiento del resto de parroquianos, algo avergonzados por haberla llegado a
sopesar siquiera. Quedó esta teoría abandonada entre servilletas de papel
arrugadas y cáscaras de cacahuete mientras todos los que la habían traído de
casa miraban para otro lado negando que ellos la hubieran podido adoptar en
ningún momento.
Surgió
entonces, algo oportunista tal vez, la teoría de que ya era hora de que las
tornas cambiaran. De que ocasión más propicia que la de encontrarse con un
rival totalmente borussizado, pendiente de otras batallas o de sacar espíritus
de no sé qué armario en la que dicho rival guarda ese tipo de cachivaches, no
se iba a dar. Esta teoría, que había llegado en metro algo empequeñecida y
arrugada, fue creciendo hasta mostrarse lozana y sanota a medida que se
acercaba la hora del pitido inicial y la afición, alentada por el contacto con
sus iguales, la elevó a niveles de teorema y de verdad absoluta como la de que
va a llegar un día en la que los Alcántara nos adelantarán en el tiempo y
Cuéntame se convertirá en una serie futurista y visionaria tras haber sido una
serie preñada de nostalgias con olor a naftalina. Así, con esa teoría como
adalid, ingresó la masa atlética en el estadio con ánimo de ocupar su localidad
con medio culo fuera de la misma para que se acomodara también la teoría
elegida en el mismo asiento salvo en los casos en los que esto fue imposible
por un tema de volumen de trasero, contingencia que fue solucionada mandando a
las teorías de los abonados más hermosos a las escaleras que conducían a los
vomitorios de salida, desde donde vieron todas juntitas cómo salían los equipos
al césped.
Con la
afición aplaudiendo a los nuestros y las teorías chillando como adolescentes
con la cara pintada, uno vio la alineación del contrario y reparó en que tenía
pinta de alineación de partido de verano, de alineación alienada, lo que
provocó regocijo y trabaduras de lengua a partes iguales. Rodó el balón y se
pusieron los nuestros el traje de derby: presionando, achuchando y sin buscar
tregua. Fruto de este empuje inicial llegó un gol que llenó de esperanza a la
grada y de desasosiego a muchas de las teorías más inmovilistas, aquellas que
peroraban sobre la imposibilidad de romper el mal fario en lo que a estos
choques se refiere. Miren por donde que, a pesar del tempranero gol y de la
ocasión pintiparada que se presentaba, nuestro Atleti empezó a hacerse eco de esas
teorías tan conservadoras que toman como referencia lo de mejor pájaro en mano
que ciento volando y se amilanó. Se vio el equipo por delante con una infinidad
de minutos por consumir y se vino abajo. Vaya por delante que el rival llevó el
partido a donde quería, al rifirrafe y la disputa menos noble, algo que ya se
atisbaba viendo la declaración de intenciones que supuso que su capitán y
cerebro en la distribución fuera ese jugador con tendencia a la patada en la
espalda del contrario postrado.
Empató el
rival casi sin querer pero con la ayuda de un Juanfran del que cada vez se
entienden menos cosas más allá de su peinado, que siempre ha sido
indescifrable, y el partido se enfangó en tarjetas, faltas y pelotazos rifados
al aire. Fue justo entonces cuando una de las teorías que más agazapadas había
estado hasta entonces se levantó de la localidad que ocupaba en la tribuna de
preferencia y empezó a dar voces de manera alocada: “Os lo dije. Es imposible
ganarles. Siempre pasa algo”. La teoría, vestida totalmente de negro y
maquillada con ojeras para la ocasión, es una de esas teorías tan pesimistas
que siempre sobrevuelan cual buitres al ganado este tipo de citas. A pesar de
su aspecto desmejorado, hubo muchos que dieron credibilidad a la misma, que ya
se sabe que es mejor echar la culpa a los hados o el empedrado en vez de
analizar la crisis de juego y tal vez de fe que asola a los nuestros en las últimas
fechas.
Aún así, no
fue ésta la única teoría que triunfó entre la atónita afición atlética, no. La
impotencia del equipo para crear peligro y acciones de gol, sumado al segundo
gol del rival, hizo aflorar un cabreo importante en gran parte de los nuestros.
Cabreos proverbiales. Cabreos tan pronunciados que alcanzaron el nivel de
teoría fea, contrahecha y desdentada. La teoría del cabreo se instaló en los
corazones de los de rojo y blanco a partir de ese momento y hasta el día de hoy
no ha habido manera de sacársela de encima. A pesar de ese cabreo tan
mayúsculo, muchos reconocen que detrás de todas las teorías que poblaron la
grada del Calderón lo que queda es mucho de desilusión por la oportunidad
perdida y gran parte de prevención por lo que pueda acarrear la final de Copa.
Uno tiene la teoría de que un equipo al que no sobra la calidad queda
totalmente desvestido si prescinde de la actitud. Esa actitud que nos ha traído
a donde estamos en esta temporada se está mostrando más esquiva que de
costumbre en los últimos choques y casi ni apareció el sábado pasado.
Preocupante, cuando menos.
Se
dispersaba la afición camino de sus casas una vez concluido el encuentro. Cada
aficionado atlético llevaba de la mano a una teoría muy distinta de esas otras
con las que llegaron al estadio. La mayoría había cambiado teorías
ilusionantes, bravuconas e incluso peregrinas por teorías agoreras, llenas de
nubarrones y de pesimismo. Intentaba el sufrido seguidor cambiar de tema,
hablar de otras cosas para no tener que mirar la fea cara de la teoría que
llevaba pegada al lado. Se hablaba del tiempo tan cambiante, de teorías sobre
el calentamiento global y sobre el cambio climático. Se hablaba de cualquier
cosa con tal de engañar al frío que reinaba por dentro y por fuera de los
cuerpos. Se discutía incluso sobre teorías apocalípticas, sobre que cualquier
día de estos nos cae encima un meteorito y nos manda a freír espárragos a todos
sin la alegría de haber metido mano al equipo de las mocitas desde hace
demasiado tiempo. Fue entonces cuando Don Servando, sentado en la primera fila
de un autocar que devolvía a un grupo de atléticos a sus casas, tiró por tierra
cualquier teoría alusiva al fin del mundo aduciendo muy convencido que el día
que esto se irá al carajo será en el que un chino entre a comprar a una tienda
de chinos y que nos daremos cuenta porque oiremos un crack muy gordo que hará
derretirse los polos fulminantemente para convertir a Sigüenza en pueblo
costero con sus chiringuitos, sus encargados de tumbonas y todo lo demás. Pero
que de momento, eso no va a ocurrir a corto plazo. Al menos hasta finales de
mayo. Antes tenemos que ganar una final más allá de cualquier teoría.
La teoría, D. Emilio, o al menos la mia, es que no hay teoría que sostenga esto.
ResponderEliminarNo hay por donde cogerlo, oiga. Que el puñetero peor partido de la temporada salga contra esta gente no tiene explicación. Que cuando haya salido bueno nos lo hayan birlado,tampoco.
Pero puede haber una teoría peregrina a la que agarrarse. Al igual que llevamos 14 o 15 años sin ganarles un partido, ellos llevan 110 (por cierto, felicidades a todos) sin ganarnos una final de copa en la cuadra esa que tienen por estadio. No busque mas explicaciones. Al menos explicaciones lógicas...
Buenos dias.
Parece que la teoría, cualquiera que sea, se nos atraganta porque lo cierto es que la práctica se tuerce una y otra vez. Uno empezaría a pensar en maldiciones y males de ojo si no fuera un escéptico convencido porque lo del sábado ya clama al cielo....
EliminarNo nos queda otra que esperar romper toda lógica a mediados de mayo, nos lo empieza a deber la historia y tanta desilusión.
Buenas tardes.
Mencionar uno de mis apellidos (Adalid) y la conclusión que hace al final sobre la final, valga la redundancia, me hacen felicitarlo una vez más por su crónica. Por cierto, yo antes era de los de pensar en probabilidades, en plan "si ganamos hoy la próxima vez perdemos" y estimaciones por el estilo. Pero cada vez me doy más cuenta que cada partido es un mundo, sobre todo tras lo ocurrido el sábado. Por ese "aislamiento" entre partidos diferentes ya cuento cuánto falta para la final, luego pasará lo que pase. Un cordial saludo desde mi blog.
ResponderEliminarEsa es la mayor esperanza a la que debemos agarrarnos, Don Damián, que cada partido es un mundo. Que la lógica no siempre sale triunfante de estas lides y de que el Atleti siempre ha tenido ese algo de inexplicable que tanto engancha...Fuera de eso, si miramos a los fríos números, poco queda, la verdad....
ResponderEliminarUn saludo
Sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar. Paulo Coelho
ResponderEliminarEstando de acuerdo que su intervención resume una frase lo que aqueja a nuestro equipo cuando se enfrenta al club de la soberbia, el tal Paulo Coelho ¿en qué equipo juega? ¿Oporto? ¿Os Belenenses? ¿Es de la cuadra Mendes? ¿desempeña con igual soltura el rol de mediocentro de contención que el de interior de fantasía y embrujo?
EliminarEs brasileiro y por tanto, de Suso García Trincarch...
EliminarO sea que el nombre es del Botafogo y el apellido de un fondo de inmersión a pulmón...
EliminarMuy buen artículo, don Emilio. Mire usted que yo vi a la afición muy conformista, sn pitidos, sin pañuelos y sin almohadillas en el césped, Y no digamos el entrenador, que se abonó a la teoría del ya ganaremos, si no es este año, será el siguiente o el siguiente. Y así hasta que un chino entre en una tienda de chinos o vaya usted a saber.
ResponderEliminarMe decepcionó mucho el equipo, la grada y sobre todo Simeone. Volvimos al pasado más reciente en una tormentosa tarde de sábado.
Abrazos.
Yo vi a la grada más desilusionada y decepcionada que conformista. Con la alineación del rival y poniéndose por delante tan pronto entró en estado de shock cuando la cosa se torció porque no podía creerlo.
EliminarEn cuanto al mensaje del Cholo, evidentemente no lo comparto pero creo que es un mensaje más dirigido al vestuario que a nosotros, que hubiéramos esperado algo más visceral, más acorde con el cabreo que todos teníamos.
Un abrazo