Estuvo muy
bien que coincidiera con el día del niño, la verdad. Tuvo su aquel eso de que fueran
testigos tantos infantes ataviados de ilusión a rayas rojas y blancas. Las
fuentes del club, siempre tan dadas a dar cifras para este tipo de asuntos y
tan poco cuando se ficha a un mediapunta de la cuadra Mendes, estimaron que
diez mil colchoneros de corta edad presenciaron el partido. Probablemente ellos
se quedaran con el resultado, que fue muy bueno, con ver a sus ídolos de cerca
y con el ambiente festivo que se vivió en un Calderón en el que también la
primavera hizo acto de presencia para no perderse la cita. Seguramente la
ocasión sirvió para reforzar ese sentimiento que sus mayores les han inculcado,
ese que empieza a germinar en sus pequeños cuerpos enraizando de esa manera tan
fuerte que es tan difícil de explicar a aquellos que no lo llevan dentro. Ya el
lunes, nada más salir al recreo, ellos se reunieron a un lado del patio.
Juntos, estableciendo una invisible distancia con otros niños. Nosotros somos
del Atleti y estamos unidos. Somos los buenos. Los de rojo y blanco.
Ustedes y
yo, que miramos las cosas con los ojos con los que se supone que los mayores
debemos verlas, no quedamos al margen del baño de magia que los atléticos del
futuro nos brindaron el domingo, no. Eso sí, nos quedamos con la sensación de
que el resultado fue mucho más abultado de lo que el juego transmitió. Nos congratulamos
por los reencuentros: por el reencuentro con la victoria, por el reencuentro
con el gol de Falcao y por el reencuentro de esa solvencia no siempre brillante
mostrada a lo largo de esta temporada. Aún así, hubo unos minutos, veinte más o
menos, en los que nos permitimos mirar al futuro con los ojos de los más
pequeños. Con la ilusión de vislumbrar el Atleti de dentro de unos años. Uno visualizaba
a este magnífico Koke del que disfrutamos en la actualidad manejando los
tiempos del equipo desde el mediocentro, con el brazalete de capitán bien
ajustado a la zamarra. Uno imagina a un Óliver más hecho físicamente pero con
esa seña de identidad tan suya, la de llevar siempre la cabeza arriba para
poder leer los partidos de corrido. Uno también ve a Saúl haciendo pareja con
él por detrás de los puntas y ve a Manquillo como dueño y señor de la banda
derecha por muchos años. Uno presiente la futura presencia de un par de
delanteros resolutivos, que es algo que siempre hemos tenido en la casa y de
unos defensas centrales con pinta de buenos mozos y limpieza en las formas y en
la salida de balón. Uno se figura que habrá un portero espigado de reflejos
felinos y le gustaría que fuera propiedad nuestra, no de otro equipo. Uno mira al
banquillo y sigue viendo al Cholo, cómo no. Le ve con alguna entrada de más en
la frente pero le sigue viendo intenso y pasional. Sigue viendo los inmaculados
trajes oscuros ajustados a su fibroso cuerpo y sigue uno convencido de que no
hay mejor comandante para llevar la nave rojiblanca.
No termina
la ensoñación ahí, ni mucho menos. Uno, dejándose llevar por las imágenes que
se forman en su cabeza, se gira para echar un vistazo al palco y se congratula
de no encontrar a miembros de una directiva condenada aunque prescrita. Uno
imagina a un presidente elegido por los socios del Atleti y a un consejero que
no cobre más que el jugador que más asistencias da en el equipo. Uno imagina un
palco exento de representantes y de comisiones pero lleno de amor por unos
colores. Uno sueña con una gestión que no esté basada en el mercadeo. Tanto se crece uno en su imaginación, que mira a su alrededor y sigue
viendo el Calderón. Firme y en pie. Inamovible frente a aquellos planes con
trasfondo de pelotazo urbanístico que lo querían sustituir por un estadio en
las afueras cuyas obras empiezan a rivalizar en duración con las de El
Escorial. Uno ve un Calderón remozado. Cuidado tras tanto tiempo de abandono
para justificar lo injustificable. Nuestra casa por muchos años.
Uno ha
visto el futuro y le ha gustado, aunque haya sido solo durante unos minutos, y
eso hace que se refuerce ese sentimiento enraizado desde hace tantos años, ese tan
fuerte que es tan difícil de explicar a aquellos que no lo llevan dentro. Ya el
lunes, al hacer la pausa para el café de media mañana, muchos de nosotros nos
reunimos en un lado de la oficina. Juntos, estableciendo una invisible distancia
con otros mayores que no vieron el futuro a través de los ojos de los niños.
Nosotros somos del Atleti y estamos unidos. Somos los buenos. Los de rojo y
blanco.
-muy buen articulo, da gusto leer cosas asi
ResponderEliminarmuito bom artigo,e eu ainda acho que Borja ainda devia ter una oportunidade em el equipo maior,seria um otimo centrodelanteiro.AUPA ATLETI!!!!!!!
ResponderEliminarMire usted que a Borja uno le tenía mucha fe. Su irrupción en categorías inferiores fue tremenda y auguraba lo mejor para él, pero creo, y no saben cuánto me gustaría equivocarme, que las lesiones de rodilla cuando más necesitaba mostrarse y tener minutos en el momento del salto le han lastrado en demasía. Insisto, ojalá me equivoque y no se quede en alguien que se quedó en el camino.
ResponderEliminarSaludos
¿Que es la vida? un frenesí,
ResponderEliminar¿Que es la vida? una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Mi querido D. Emilio, teniendo en cuenta quien dirige los designios de nuestro Atlético, los versos de Calderón de la Barca no pueden ser mas precisos. Hay por delante un futuro que podría ser brillante a poco que se cuidase y de que se priorizasen las cuestiones deportivas. Pero miramos al palco o a la M-30 y se nos desmonta todo por mor de "la deuda", ya sabe, esa cuestión que camufla de obligación lo que no deja de ser un negocio para sus sucios bolsillos.
Pero soñemos, D. Emilio. Soñemos. Que no sólo la vida es sueño. Es que soñar es gratis...
Bueños dias.
La deuda, ese gran recurso que justifica todos los desmanes que la indirigencia se permite cometer....
ResponderEliminarHay que soñar, y más cuando, en días como estos uno se levanta con ese toque de rapsoda con el que usted lo ha hecho...
Buenos días, como no...
Uno lee este artículo, y se acuerda también de esa foto de cinco o seis niños colgando de la reja de una ventana para ver pasar la Uefa League traída de Hamburgo, y ve a su propio chiquillo de seis años entrando orgulloso a las nueve de la mañana en el cole bien metidito en su rojiblanca...y hasta se olvida del palco y de sus moradores.
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