“¡Vamos
Niño, mátalo ya!”, “¡Ea, que este está ya aviado!”, “¡Venga, listo de papeles”,
“¡Bueno va, ahora que hable el acero!”….
Todo esto y
muchas cosas más se oían en el callejón, en los burladeros y hasta en las
localidades de barrera de la plaza en la que el estrafalario matador, autoproclamado como el
primer torero 2.0 que la fiesta conocía, elaboraba la faena de su vida. Las
frases que aconsejaban afrontar el momento supremo eran proferidas por
apoderados de pelo ensortijado, familiares más o menos queridos y hasta novias de
clavel reventón detrás de la oreja con vocación de folklóricas pero nada, él no
hacía caso. Nuestro protagonista, conocido para la eternidad como El Niño del
Gigabyte, torero de gran ascendente y número de seguidores en redes sociales y
portales de contactos, no se había visto en una igual. El diestro apuraba las
fuerzas de su adversario sin escuchar las voces que aconsejaban abreviar el
trance, probablemente crecido ante el hecho de que hasta la fecha siempre había
sido despedido a base de almohadillazos y hasta collejas de cada coso en el
desplegaba su discutible pero vanguardista arte. El Niño del Gb, al que a
partir de ahora nombraremos de tan apocopada manera aún a riesgo de que a alguno
de los lectores le produzca atragantamiento, no había sido hasta la fecha capaz
de dar un mal pase ni a una cabra con reúma por lo que quería disfrutar del
momento dejándose llevar, no queriendo que el sueño finalizara. Quería
demostrar que aquellos que glosaban su mal gusto en todas las suertes andaban equivocados,
quería arrancar al destino un último pase más antes de llegar al momento
álgido, tal vez sabedor de que gran número de aficionados le acusaban con maledicencia
de entrar a matar sin arrimarse, casi por bluetooth.
Seguía
desoyendo borracho de triunfo las voces que aconsejaban pasaportar al morlaco
cuando, al hacer un desplante con ese estilo tan suyo de pato mareado, se
arrancó el burel buscándole la ingle. Hizo carne feamente, pareciendo conocer de
antemano que El Niño del Gb cargaba a la izquierda de esa manera tan celebrada
por sus amigas de Facebook y cayó el torero en la arena. Allí, todavía a merced
del toro, viendo cómo el dolor y la sangre le ganaban el pulso a la efímera
gloria vivida, se arrepintió de su fijación por el último pase…
Lo
contrario, exactamente lo contrario que le sobró a El Niño del Gigabyte es lo
que le faltó ayer y en alguna que otra ocasión últimamente a nuestro Atleti. Se
plantaba la Real en el Calderón con marchamo de equipo difícil pero algo apocado
ante la tendencia de los rojiblancos de despachar por la vía rápida a aquel que
osa saltar a la arena del feudo local. Se acularon los donostiarras en tablas,
no excesivamente, no crean, pero sí bien plantaditos y hasta reservones, nunca
mansos. Sacó el Cholo al Cebolla de enganche y se llevó el uruguayo un buen
revolcón del lance. Es curioso cómo el Cebolla ha ido perdiendo gas con los
meses o con los minutos, vayan ustedes a saber, hasta llegar al punto de la
existencia de teorías que encuentran paralelismos igualmente negativos entre
poner a jugar al Cebolla de inicio y dar de comer a un Gremlin a partir de las
doce de la noche.
Sacó el
Cholo al resto de los titulares y puso, de nuevo por necesidad, a Koke en el
mediocentro. La presencia de Koke en el doble pivote no desentona y pudiera ser
una opción digna de tener en cuenta si no fuera por el hecho de que aleja del
área a uno de los pocos sobresalientes que pueden facilitar el último pase, esa
suerte tan esquiva en la Ribera del Manzanares. Otro debiera ser Arda,
participativo aunque desquiciado por momentos en el día de ayer, y otro Adrián,
del que no se tienen noticias desde sus salidas por la puerta grande del año
pasado. Poco más hay para brindar ese último eslabón de la cadena del juego. Ese
trincherazo o ese pase de pecho que deja solo al rematador ante el portero
rival. Esa es la mayor carencia del equipo y ya se atisbaba desde principio de
curso. Algo conocido, vamos.
Llegados a
este punto y probablemente con el amargo sabor de la primera derrota liguera en
casa todavía en el paladar, los hay que abogan, tal vez con razón, por dar la
alternativa a esos novilleros que vienen empujando desde abajo: bien Saúl,
devolviendo así a Koke a la zona de tres cuartos o bien Óliver, aquel que nos
hizo enamorarnos de sus quites veraniegos hace ya demasiado tiempo. Otros en
cambio, se acuerdan de Diego y los lances pintureros que nos dejó el año pasado
y sacuden la cabeza por el esfuerzo no realizado en su fichaje. Incluso los hay
que piensan que Insúa, el tímido y desaparecido fichaje invernal, pudiera
cumplir esa función dando al conjunto un toque de espectáculo cómico taurino
que siempre es de agradecer para aliviar tensiones.
Podríamos
escudarnos en que el resultado de ayer debiera haber sido un cero a cero para
ser más justos. Podríamos pensar que ese linier con maneras de picador malo no
levantó el banderín cuando debía de manera premeditada. Podríamos argumentar
que qué más da ser segundo que tercero siendo el premio el mismo y nos lo
podrían refutar razonadamente o con los sentimientos en la mano. Podríamos
incluso preocuparnos más de lo debido y mandar a los corrales al optimismo
reinante hace solo unos días. Podríamos seguir dando vueltas a la cabeza, a la
faena, a cómo se atragantan ciertos partidos con equipos como el Rubin Kazan de
San Sebastián. Podríamos simplemente pensar que a hay veces en las que no acaba
de salir ese último pase…
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