No hay
quien os entienda, la verdad. Parece que no estáis contentos con nada. Mirad el
revuelo que habéis montado a cuenta del escudo. No habíamos acabado de
presentarlo y ya estabais sacando del zurrón la monserga de siempre: historia, identidad,
tradición, sensación de pertenencia a unos colores y a unos símbolos.
Paparruchas. Menos mal que por un oído nos entra y por el otro nos sale, si no
esto sería un sinvivir.
No creáis que
no nos lo esperábamos. Sabíamos que esto iba a suceder. En el fondo sois
totalmente previsibles. Debo confesaros que todo forma parte de un plan
concebido por mentes mucho más preclaras que las vuestras. No ha sido más que
una cortina de humo. El ruido a cuenta del escudo ha silenciado cualquier tipo
de pregunta incómoda sobre el traslado al estadio. El debate sobre si el oso es
ahora un koala con tortícolis y el madroño ha migrado a nube tóxica causante
del efecto invernadero ha hecho olvidar el tema de los accesos que no acceden y
el de las cuentas que no suman. Solo ha sido un subterfugio y de eso sabemos un
rato. Tantos años de experiencia esquilmando sirven para algo.
Mientras
debatís sobre las formas redondeadas del escudo o sobre el nombre de estadio exótico
al que le hemos añadido las migajas de un apellido con aroma de antaño seguimos
a lo nuestro. Desde hace ya bastante tiempo os habéis convertido en clientes.
Ya no sois socios, ni abonados, ni casi aficionados por mucho que lo creáis.
No tenéis ni voz ni voto. Vuestra única opción es la de tragar. Con lo que sea.
Total, ya habéis tragado con una apropiación indebida, con una intervención
judicial, con negritos y hasta algún blanquito que tuvisteis que merendaros.
Hemos ido dejando morir el estadio que teníais en propiedad y os hemos llegado
a convencer de que no había más salida que mudarse. Si no os volvisteis hacia
el palco cuando no pusimos un duro o cuando nos visitaba el Racing de Ferrol,
¿lo vais a hacer ahora? No creo. Por si acaso no haremos acto de presencia, no
vaya a ser.
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