Conviene de
vez en cuando dejar que el desorden se apodere de las rutinas que creemos
imprescindibles, para así apreciarlas más. Merece la pena salir a la calle
desarreglado, sin haber pasado por la ducha, dispuesto a fiar toda tu suerte a no ser convocado a una reunión de última hora o a cazar
un rebote que se produzca cuando Godín, un delantero centro atrapado en el
cuerpo del mejor central del mundo, pelee cada balón llovido al borde del área
contraria. El ingenio se agudiza cuando te das cuenta de que olvidaste el paquete
de tabaco y el dinero suelto en el pesado cenicero del mueble de la entrada.
Solo así, puede uno llegar a valorar lo que tiene, aunque solo sea un
cigarrillo con la punta doblada que no sabes si llegará a prender.
A ojos del
que suscribe, partidos como el del Rostov de ayer llenan la mochila de
alternativas que hacen que el Atleti crezca. Es incalculable el valor futuro de esos encuentros en los que el plan
se hace trizas un minuto después de conseguir el gol que parecía espantar
cualquier tipo de incertidumbre. Son choques en los que más que al rival, debe
vencerse a la ansiedad. Mañanas que nos sorprenden pidiendo ser afrontadas mal
afeitados y con la camisa arrugada. Supo el equipo rojiblanco adaptarse al caos
y se descolocó conscientemente sin dejar que la desesperación hiciera carne. La
amenaza de perder antes de tiempo los privilegios que otorga ser primeros de
grupo propició que el campo se sembrara de delanteros con carnet o sin él, como
el caso del central uruguayo. Filipe aparecía por todas las zonas de la cancha
dándole sentido al término todocampista, Koke pasó a comandar las operaciones
aéreas, harto de no encontrar resquicios y hasta Savic llegó a parecer humano,
aunque esto último probablemente no fuera más que un espejismo producido por la
intensidad del momento.
Tuvo que
ser Griezmann, cuando más pinta de cama deshecha tenía el equipo, el que rompió
la igualada no sin suspense. Lo hizo en una posición de fuera de juego habilitada por el toque previo de un rival, de igual forma que en el primer gol, que tal vez no fuera
más que un ensayo con público del segundo. Los dos goles del francés tuvieron
como factor común un escorzo genial. Fueron dos remates poco académicos, de
esos que se llevan dentro porque no existe manera de entrenarlos. Sacó el
Atleti petróleo porque lo mereció, porque supo mimetizarse con un partido
áspero y sin concesiones. Permitió que el desorden anegara el campo, dejándolo
todo perdido de emoción y obtuvo el premio anhelado traicionándose a sí mismo:
no acordándose de la pizarra.
La
personalidad de un equipo debe medirse teniendo en cuenta su capacidad de
adaptación. Mostró ayer el Atleti buenas dosis de ella. En días como estos, en los que reparas
en que olvidaste las llaves de casa, el juego vistoso y los goles que últimamente
tan propicios se estaban mostrando en el pesado cenicero del mueble de la
entrada, solo el desorden puede salvarte. Ser capaz de saltarte las reglas y
sentirte cómodo aun estando descolocado. A veces, como ayer, esa flexibilidad
obtiene el premio de un gol con aspecto de cigarrillo con la punta doblada que
al final pudo llegar a prender en el descuento.
Hay noches malas y noche peores. La del martes iba para noche tonta. Cuando todos estábamos pensando en minimizar pérdidas (cosa que harían nuestros “queridos” vecino$ el día después, con su maestría habitual), llegó la última carga. Los rusos, muy en su papel, como en Balaclava, habían defendido la posición con firmeza durante toda la batalla. La última carga sería la definitiva, para bien o para mal. Victoria o muerte. Y fue lo primero. La brigada atlética ligera tomó la posición rusa, tras una carga que las imprentas desafines (todas, para que nos entendamos) ya estaban calificando de desastrosa. Pues no, por lo que fuera, fue heroica.
ResponderEliminarUn abrazo.
Aquí estamos, Don Paul, disfrutando de que las noches tontas terminan con doce puntos de doce. Hace nada, como quien dice, de las noches tontas te apeabas eliminado por el Albacete.
ResponderEliminarBenditas noches tontas...
Un abrazo