Aunque todavía
haya quien lo dude, los domingos por la tarde existen. Cualquier humano, por
muy apasionante que sea su vida, conoce en primera persona el sabor de esos
momentos posteriores a la sobremesa del último día de la semana. Esos minutos
que transcurren pesadamente para volver a colocar en su sitio todo el
maravilloso desorden que el fin de semana dejó en medio del salón. Los más receptivos
son capaces incluso de notar como los mecanismos y engranajes del universo se
ajustan para volver a la rutina con pequeños crujidos que se escuchan a media
tarde, justo cuando en la tele ponen una película alemana ambientada en
Mallorca con pretensiones de thriller psicológico. Cabría preguntarse si en
Alemania se programan a las mismas horas filmes españoles de suspense, lo que
quizás explicaría la reticencia teutona a extender los fondos de cohesión
comunitarios para el desarrollo ibérico. Todo puede ser.
Una vez
admitida la existencia de los domingos por la tarde, conviene reconocer que
normalmente nos pillan desarreglados. Un poco a medio vestir, como le cogió a
Simeone el otro día. El acostumbrado y sobrio traje negro fue sustituido por un
chándal de tacto inimaginable. Conociendo las supersticiones que adornan al
técnico con respecto a la ropa a elegir cuando hay día de partido, tal vez El
Cholo intuyera que de un encuentro a media tarde del domingo poco había que
esperar. Para redondear el conjunto, nuestro entrenador se calzó unas botas en
tono naranja radiactivo. Era una señal de alerta, un aviso a navegantes de lo
que esperaba. Tal vez no supimos verlo hasta que fue demasiado tarde ¡Ojo, que
el partido tiene trampa! Que este Sevilla parece que va en serio. El que avisa
no es traidor, mírenme las botas si creen que bromeo.
Tampoco
ayudó la persistente lluvia a que el partido no cogiera al Atleti a contramano
¿Quién no puede entender las escasas ganas de salir de casa en un domingo por
la tarde lluvioso? La tarde sevillana pedía sofá y manta. Pedía pijama siendo
exagerado. Varios de los jugadores colchoneros estuvieron desdibujados: poco se supo de Griezmann, Correa volvió a reñir con el acierto, Gameiro estaba sumergido en sus recuerdos, Koke llegó a parecerse al Koke al que no se le confiaba la
manija y hasta Savic y Godín parecían descolocados en bastantes ocasiones, lo
que ya es mucho decir.
Lo mejor de
los domingos por la tarde, una vez aceptada su inevitable existencia, es que
rápidamente se les pone cara de lunes, lo que es muchísimo peor a todas luces.
Podrían enunciarse cientos de teorías sobre su génesis o sobre la paradoja de
que las postreras horas de un día festivo puedan llegar a ser tan deprimentes.
Podría analizarse la primera derrota de la temporada desde muchos puntos de
vista. Probablemente el rival fue mejor en ciertas fases y en otras lo fue el
Atleti, aunque sin acertar de cara al marco. Hay partidos que se escapan porque
nacen marcados para escaparse, para escurrirse por el sumidero del calendario
como si fueran los segundos de un domingo por la tarde. Quizás la única explicación
posible estribe en el color de las botas de Simeone. A los domingos por la
tarde no les gustan los colores demasiado estridentes ni los partidos con lluvia.
Su miseria solo se disfruta plenamente mientras se ve una película alemana de
misterio ambientada en Mallorca.
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