Artículo publicado en La Vida en Rojiblanco:
http://www.lavidaenrojiblanco.com/opinion/geografia-caprichosa/
Aunque pudiera parecer lo contrario, la geografía es muy caprichosa. Cuando estudiábamos para convertirnos en los hombres y mujeres de provecho que no hemos llegado a ser, Europa contaba apenas con treinta países, isla arriba, isla abajo. Tras diversos apareamientos y divorcios de toda condición, el viejo continente actual cobija cuarenta y nueve países. Cuarenta y nueve territorios con sus nacionalidades, sus capitales y sus gobiernos, aunque sean en funciones. Lo de los caprichos de la geografía no lo decía tanto por la capacidad de multiplicación estatal, por muy asombrosa que sea, lo de la veleidad geográfica parte del hecho, también sorprendente, de la expatriación selectiva de grupos de individuos cuando conviene. Ayer por la noche, sin ir más lejos, pitido final mediante de un encuentro con la emoción de un tercer y cuarto puesto del trofeo Carranza, los aficionados del Atleti nos convertimos en ciudadanos de otro país europeo como por arte de magia. De uno muy lejano. Quizá de Azerbaiyán, que además es tierra de fuego, como decía nuestra camiseta en pasados episodios.
http://www.lavidaenrojiblanco.com/opinion/geografia-caprichosa/
Aunque pudiera parecer lo contrario, la geografía es muy caprichosa. Cuando estudiábamos para convertirnos en los hombres y mujeres de provecho que no hemos llegado a ser, Europa contaba apenas con treinta países, isla arriba, isla abajo. Tras diversos apareamientos y divorcios de toda condición, el viejo continente actual cobija cuarenta y nueve países. Cuarenta y nueve territorios con sus nacionalidades, sus capitales y sus gobiernos, aunque sean en funciones. Lo de los caprichos de la geografía no lo decía tanto por la capacidad de multiplicación estatal, por muy asombrosa que sea, lo de la veleidad geográfica parte del hecho, también sorprendente, de la expatriación selectiva de grupos de individuos cuando conviene. Ayer por la noche, sin ir más lejos, pitido final mediante de un encuentro con la emoción de un tercer y cuarto puesto del trofeo Carranza, los aficionados del Atleti nos convertimos en ciudadanos de otro país europeo como por arte de magia. De uno muy lejano. Quizá de Azerbaiyán, que además es tierra de fuego, como decía nuestra camiseta en pasados episodios.
Los
atléticos nos hemos levantado esta mañana con el pasaporte retirado y los ojos
algo más rasgados. Frente a nosotros se perfilan veintitrés días hasta la final
de Milán. Veintitrés días de invisibilidad y de extrañeza. De oír y leer
atrocidades despojadas de cualquier asomo de imparcialidad. Tal vez los que las
perpetren no alcancen a saber que el expatriado, por muy azerbaiyano que sea en
estos días, no olvida el castellano y es capaz de hablarlo y entenderlo con
cierta soltura. Personajes de renombre, opinadores e incluso intelectuales a
tiempo parcial, ya glosan precipitadamente la gesta por venir y agotarán las
existencias de adjetivos para referirse al rival del Atleti en la final. Eso
sí, para no parecer xenófobos para con los azerbaiyanos del sur de Madrid, repartirán
las migajas que sobren en sus banquetes de pleitesía a los necesitados extranjeros,
que nunca se sabe.
Lejos de
antojarse complicados, los días por venir refuerzan la identidad rojiblanca y
retratan a cada pájaro con claridad. Nunca estuvieron, no se les espera por
tanto. Las jornadas venideras servirán para unir más las filas, para soñar más
fuerte con la posibilidad de hacer historia pero también con la de acallar
bocas. Más que nunca, debería recomendarse no consumir en estas próximas
fechas. Aíslense del ensordecedor ruido mediático de la maquinaria puesta al
servicio de la causa. No entren al trapo, no debatan sobre violencia, estética
futbolística y límites del reglamento con quien no entiende, no intenten
razonar. Métanse en una burbuja. Asuman su condición de refugiados en su propia
casa. Siéntanse orgullosos de ser azerbaiyanos y salgan a la calle con la nueva
nacionalidad y la camiseta rojiblanca a la vista. Conviertan Carabanchel, San
Blas o Chamberí en barrios de Bakú. Transformen cada rincón del país
en el que habita un colchonero en un trocito de esa Europa lejana y preasiática
a la que nos condenan. Si esto fuera medianamente serio, Google maps se
adaptaría a los caprichos de la geografía para afirmar que el Manzanares nace en una montaña del Caúcaso y la fuente de Neptuno se erige a su orilla dando de beber triunfos a sus nuevos ciudadanos.
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