Andaban los
dos con cara de nuevos, que es lo que toca en estos casos. Con cara de
despistados, con cara de turistas de los que pasean por el Madrid de los
Austrias con un plano mal doblado en la mano y asomando una cartera regordeta de las que atraen a carteristas originarias de los Cárpatos como moscas a la miel. Con
cara de dónde está el baño, que me llevo aguantando desde que llegué a Barajas.
Pues al fondo a la derecha, como en todos los edificios de bien. ¡Ah!, dicen
ellos empezando a asimilar este tipo de cosas, esa desconfianza hacia los baños
que se ubican al fondo a la izquierda y hacia las casas en las que hay que pasar
por el salón para ir a los dormitorios.
Andaban los
dos con su cara de perdidos y les tumbaron en una camilla, les llenaron el
pecho de electrodos y les sondearon las rodillas pegándoles con un martillo de relojero.
Pululaban alrededor suyo las enfermeras, varios auxiliares y un medico al que
les habían presentado nada más llegar a la clínica. Villalón creían recordar
que se llamaba ese galeno con cara de no repartir más que pronósticos
reservados. Llegados a este punto, fueron introducidos en una sala donde
esperaba una señora bajita con manos de pianista venida a menos. Les esperaba
jeringuilla en mano para cubrir el expediente del análisis de sangre “¡Hala, a
mirar para otro lado, que luego os mareáis y me cae bronca!”, añadió la
extractora con desenvoltura. “Primero tú, el rubio…¿Tú te llamas?...¡Ah!, sí, si
lo pone en las etiquetas. Alder…AlDarthVader, ¿no? Y tú te llamas, Guilavo…Willowi,
¡eso!”
Andaban los
dos con su cara de nuevos, con su cara de burros en un garaje, con su cara de
desubicados y aguantaban estoicamente el picotazo como lo aguantamos todos, intentando
ocultar que a pesar de la de veces que a uno le han pinchado sigue dando grima
y reparo a partes iguales. Mientras la ATS rellenaba varios tubitos, repararon
en que la repisa de enfrente albergaba muchos otros tubos llenos de sangre. Alrededor
de treinta habría. Las muestras de los análisis al resto del plantel. No eran de color rojo encendido como la que a ellos les
acababan de extraer. Sorprendentemente, muchos presentaban algunas vetas
blancas que se mezclaban con el rojo en perfecta armonía. Los había con más
líneas blancas sobre el mar rojo en el que nadaban pero destacaba uno sobre
todas las demás. Uno en el que la sangre presentaba rayas rojas y blancas del
mismo grosor, rayas rojas y blancas que recorrían el torrente sanguíneo de
alguien tras ser bombeadas por un corazón que también imaginaban rojo y blanco.
Con su cara de nuevos y con mucha curiosidad miraron la etiqueta adherida al
tubo. Diego Pablo Simeone leyeron.
La metáfora, D. Emilio, no puede estar mejor traida. No es roja la sangre que corre por las venas de estos muchachos, es rojiblanca en mayor o menor medida.
ResponderEliminarCuánto tiempo ha que no se veían estas cosas oiga, esta implicación en el cesped y este orgullo en la grada. Ojalá pudiésemos decir que va a durar pero...
Ea, que no son tiempos para la amargura. Sigamos disfrutando, ahora que podemos.
Buenos dias.
Diga usted que sí. Fíjese que hasta da alegría, aunque con prevención por si los virus, eso de que llamen a tantos de los nuestros para jugarse las castañas en las clasificaciones mundialistas....
ResponderEliminarSi Ibagaza levantara la cabeza...
Buenos días