Permítanme
empezar la historia por el final aunque con ello le reste algo de emoción a la
historia. Ella se va. Se marcha sin casi mirarnos y del brazo de otro. Sin
recordar los buenos ratos que pasó a nuestro lado cuando la relación alcanzó sus
momentos álgidos, a finales del año pasado y hace un par de años también. Nos
quedamos con cara de tontos y con la autoestima casi por los suelos y la vemos
desaparecer en el horizonte agarrada a uno que viste de verde, con lo discutible
que es eso. Se va con uno con hechuras de Racing de Santander eslavo
agarrándola del talle. Se va la Europa League. Sabíamos que era caprichosa y
voluble, como buena competición por eliminatorias. Lo peor tal vez no sea que
se vaya, es cómo nos deja.
Las señales
no eran buenas ya desde el inicio: Tiago de capitán y Asenjo con un traje mucho
más embutido que de costumbre, y eso que la costumbre en su caso siempre
aconseja un par de tallas más. Al igual que en Vallecas, casi ni habíamos
interiorizado la alineación, casi ni habíamos reparado en a qué banda caería
Arda cuando de meritoria jugada se adelanto el Rubin Kazan. Fue entonces cuando
a algunos, esos que anteriormente hablaron de la bonanza en el sorteo, de lo
bueno que es cruzarse con equipos rusos cuando andan ciscados en las
pretemporadas de invierno y hasta de que a un equipo con nombre de quitagrasas
para el hogar se le debía ganar sin despeinarse se les torció el gesto. Discurrió
el partido de manera anodina, con un Atleti romo, pesado de piernas,
desafortunado y, lo peor de todo, con pinta de equipo inofensivo y en las caras
de los aficionados grada se sucedían los mohines, los visajes y todo tipo de
muecas con las que acompañar la sensación de impotencia que flotó durante toda
la noche a la orilla del Manzanares. Ya se sabe que cierto sector de la grada,
alarmado sin duda por esos ataques de expresividad que surgen espontáneamente cuando
lo que ven en el campo no es de su agrado, silba como válvula de escape aunque no se sepa a quien. En la
opinión de este humilde cronista no era día para eso aunque entiende que el
grado de sorpresa que sufre el que ve cómo su cara se convierte en un mapa de
gestos involuntarios pueda recurrir a esa práctica. Probablemente no faltara razón
a los que echaron de menos a Gabi y Koke, a los que echaran de más a Adrián, al
Cata y al Cebolla y a los que hubieran puesto a éste o a aquel más pegados a la
raya de cal o más sentados en el banquillo. Ya les digo, les entiendo, pero no
puedo compartirlo.
Las
decisiones del Cholo, sus rotaciones, los descansos que administra, sus
premios, esas sentidas celebraciones de los goles, esas ruedas de prensa
ejemplares y hasta el decirle a Asenjo que suba a rematar un corner postrero
pensando con el corazón y no con la cabeza es lo que nos ha traído hasta aquí. Justamente
hasta el punto de acabar desilusionados en una noche más templada de lo normal
para el mes de febrero por haber perdido el tren europeo pero con las
posibilidades intactas en Liga y Copa. No hace tanto estas desilusiones las
teníamos en noviembre y lidiábamos con lo que quedaba de temporada agarrados a
causas chicas. Es muy posible que llegados a este tipo de citas se vean más las
costuras de la plantilla, sí. Lo de convertir el agua en vino durante tanto
tiempo debe ser difícil. Ha sido imposible para muchos otros antes y lo será
con seguridad para muchos después. Este proyecto se llama Simeone. Desgraciadamente no hay más.
Les decía
antes que, tras este estado de orfandad europea que se nos ha quedado tras lo
de ayer, lo que preocupa es cómo de tocado queda el equipo ¿Será capaz de
remontar tras los palos de las últimas semanas? ¿Se atreverá a decirle hola a
la Copa, invitará a un gintonic a la liga o dejará que ambas se vayan del brazo
de otros? Debemos pensar que sí. Deberá de nuevo el equipo arreglarse, echarse
unas gotas de colonia más o menos cara tras la oreja y enderezarse la corbata.
No queda otra que plantarse enfrente de esas otras competiciones y sacar la
mejor de las sonrisas aunque ahora parezca que cualquier sonrisa posible anda
deprimida y escondida en el más recóndito de los bolsillos. Debe el Atleti levantarse y volver a andar, a pesar de los tropezones.
– ¡Hola!,
soy el Atleti. ¿Cómo te llamas? –dijo él acercándose de manera insegura pero
intentado disimular el nerviosismo….
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