Hubo en
tiempo en que cada córner a favor del Atleti se celebraba con la intensidad de
la boda de tu último amigo soltero. Cuando un rival acosado se veía obligado a
ceder un saque de esquina, uno lamentaba no haber pedido hora en la peluquería
con la suficiente antelación. Daban ganas de abrazarse al vecino de localidad
de antemano, pese a que sistemáticamente te dejara los zapatos llenos de
cáscaras de pipas en cada partido. Entretanto, Koke o Gabi se acercaban al
banderín con una sonrisa de oreja a oreja, vestidos de rigurosa etiqueta, a la
vez que a los centrales el resto de compañeros les iban dando palmadas de
felicitación en la espalda mientras recorrían el camino alfombrado hacia el
área contraria. “¡Están radiantes!”, añadían algunas señoras que asistían al evento
por parte del equipo lanzador del córner. Cuenta la leyenda que existe una foto
que retrata a Raúl García sacudiéndose los granos de arroz que se le habían
quedado atrapados entre el pelo tras rematar inapelablemente un servicio desde
el flanco izquierdo. A medida que los jugadores se dirigían a campo propio para
retomar sus posiciones, señores con traje oscuro emergían de
los vomitorios repartiendo puros entre el público y brindando con sidra El
Gaitero a la salud de los contrayentes. Cualquiera que lo haya vivido sabrá que
no exagero lo más mínimo. Así era la cosa.
De pronto,
un día reparamos en que los saques de esquina habían dejado de celebrarse como
es debido. Ya no eran lances convertidos en una cuidada invitación para ser
testigo del enlace rojiblanco con el gol. El Atleti seguía botando varios en
cada partido, sí, pero ya no volvieron a tener ese aroma festivo que llegaron a
poseer un tiempo atrás. En estos casos, suele echarse la culpa a la rutina, que
gana volumen alrededor de la cintura dejando la vida perdida de momentos
insustanciales. El desgaste que conlleva cualquier convivencia se apropió de
las jugadas a balón parado y las transformó en un trámite burocrático al que
casi no apetecía asistir. Las noches de boda mudaron en comidas de domingo con
los suegros sin previo aviso. Se nos rompió la pizarra, de tanto usarla.
Pasaron los
meses y los partidos sin signos de recuperación de la chispa de antaño. Algunos
apuntaban a las ausencias, muy especialmente a la del navarro, que dejó un gélido
hueco de nostalgia con forma de nariz aguileña a la altura del primer palo,
pero el caso es que nos acostumbramos a convivir con un Atleti vulnerable en
los corners ajenos e irrelevante en los propios. El banquete se trasladó a nuestro área, donde nos hacía mucha menos gracia. Cuando alguien preguntaba sobre el
estado de la relación con el balón parado, muchas veces se aludía a que quedaba
el cariño, que es como reconocer que aquel amor primigenio estaba sepultado
bajo seis palmos de tierra. Aquí yacen las jugadas de estrategia, llegó a
leerse tras un choque con diez saques de esquina, a cuál de ellos peor
ejecutado.
Qué bendita habilidad tiene usted para hacer símiles amorosos co las cosas del Atleti! Solo le digo una cosa: esto con Miranda no pasaba.
ResponderEliminarCon Miranda el primer palo vivía mucho mejor, dónde va a parar...
EliminarLo de Eibar debió ser un espejismo, el otro día nueve corners lanzados al cubo de la basura...
Saludos