Después de
convencernos de su divinidad detalle a detalle, tras conquistar a base de
sonrisas a una legión de fieles del ardaturanismo, religión con varios padres y
muchísimos más discípulos, justo cuando muchos de nosotros hubiéramos abjurado
de cualquier creencia alentados por la promesa de ese rebañar milagroso del
balón a ras de césped que deja a los contrarios vencidos y desarmados, llegan Turan
y su entorno y nos devuelven al agnosticismo más crudo.
Tuvimos las
primeras noticias hace unos días. Fue entonces cuando Ahmed Bulut, locuaz
agente turco con apellido de pastelito relleno de chocolate recubierto con
crema de avellana, mostró la patita apoyándose en la supuesta ilusión infantil
de ejercer ministerios en otras ligas mucho más bárbaras. Nada nuevo bajo el
sol: cuando no es el ciclo que cambia es la necesidad imperiosa de probarse en
otros pastos. Hubo incluso quien se permitió suponer si el mesías otomano no se
hubiera cansado de correr tanto como desde el banquillo rojiblanco se exige.
Quédense con la versión-excusa que más les haga descansar la espalda, la razón
suele ser la misma de siempre. Justo esa que se suele evitar nombrar.
De Arda nos
quedan en el album varias imágenes que recordaremos con nostalgia dentro de un
tiempo: aquel primer balón que le cayó en pies en la final de Bucarest que
terminó con un caño anunciador de la buena nueva del triunfo venidero; sus
lágrimas al retirarse del Camp Nou, impotente al no poder sanar su propia
cadera maltrecha; su mala puntería lanzando botas y su elevación a los cielos a
brazos de sus compañeros tras culminar en feudo enemigo aquella jugada en la
que Raúl García engañó a todos menos al turco. Nunca como en ese último lance
estuvo Turan más cerca de la divinidad. Contemplen la foto y no me digan que no
tiene algo de Rafael o de Miguel Ángel (el italiano, no Gil Marín, no me sean…).
Destapados los
artificios, el Arda de hoy se revela solo como un hombre, que no es poco, pero
nada más. No queda ni un atisbo de divinidad en sus acciones ni las que ese
representante-muñeco de ventrílocuo con reminiscencias de bollycao. Tampoco
crean que el tema dé para rasgarse vestiduras. Pasados unos meses de duelo, nos
devolverá la fe cualquier regate inspirado en una banda porque nosotros somos así: crédulos
por naturaleza con todo aquel que, vistiendo la rojiblanca, nos ofrezca una mínima
promesa de salvación. A Arda le recordaremos con el cariño que merece, sí, pero ya nunca más peregrinaremos a Bayrampasa para pasar los dedos lentamente por la puerta del garaje que sirvió de primaria
portería al mago.