miércoles, 1 de julio de 2015

De dioses y hombres

Después de convencernos de su divinidad detalle a detalle, tras conquistar a base de sonrisas a una legión de fieles del ardaturanismo, religión con varios padres y muchísimos más discípulos, justo cuando muchos de nosotros hubiéramos abjurado de cualquier creencia alentados por la promesa de ese rebañar milagroso del balón a ras de césped que deja a los contrarios vencidos y desarmados, llegan Turan y su entorno y nos devuelven al agnosticismo más crudo.

Tuvimos las primeras noticias hace unos días. Fue entonces cuando Ahmed Bulut, locuaz agente turco con apellido de pastelito relleno de chocolate recubierto con crema de avellana, mostró la patita apoyándose en la supuesta ilusión infantil de ejercer ministerios en otras ligas mucho más bárbaras. Nada nuevo bajo el sol: cuando no es el ciclo que cambia es la necesidad imperiosa de probarse en otros pastos. Hubo incluso quien se permitió suponer si el mesías otomano no se hubiera cansado de correr tanto como desde el banquillo rojiblanco se exige. Quédense con la versión-excusa que más les haga descansar la espalda, la razón suele ser la misma de siempre. Justo esa que se suele evitar nombrar.


De Arda nos quedan en el album varias imágenes que recordaremos con nostalgia dentro de un tiempo: aquel primer balón que le cayó en pies en la final de Bucarest que terminó con un caño anunciador de la buena nueva del triunfo venidero; sus lágrimas al retirarse del Camp Nou, impotente al no poder sanar su propia cadera maltrecha; su mala puntería lanzando botas y su elevación a los cielos a brazos de sus compañeros tras culminar en feudo enemigo aquella jugada en la que Raúl García engañó a todos menos al turco. Nunca como en ese último lance estuvo Turan más cerca de la divinidad. Contemplen la foto y no me digan que no tiene algo de Rafael o de Miguel Ángel (el italiano, no Gil Marín, no me sean…).


Destapados los artificios, el Arda de hoy se revela solo como un hombre, que no es poco, pero nada más. No queda ni un atisbo de divinidad en sus acciones ni las que ese representante-muñeco de ventrílocuo con reminiscencias de bollycao. Tampoco crean que el tema dé para rasgarse vestiduras. Pasados unos meses de duelo, nos devolverá la fe cualquier regate inspirado en una banda porque nosotros somos así: crédulos por naturaleza con todo aquel que, vistiendo la rojiblanca, nos ofrezca una mínima promesa de salvación. A Arda le recordaremos con el cariño que merece, sí, pero ya nunca más peregrinaremos a Bayrampasa para pasar los dedos lentamente por la puerta del garaje que sirvió de primaria portería al mago.