lunes, 30 de noviembre de 2015

Como un crujido

Fue como un crujido. Ocurrió en una jugada que algunos, ignorantes de la trascendencia que a la presión se otorga en el Atleti, calificarían de intrascendente. La memoria histórica del fútbol está llena de jugadas nimias que han alcanzado el nivel de leyendas en nuestras mentes. Al cierre de estas líneas todavía no se ha podido constatar si el crujido se oyó o no, pero todos lo sentimos. Crujió la tibia de Tiago aunque no crujiera más que en sentido figurado. Tal vez fue un chasquido, tal vez solo una explosión de dolor, pero pareció un crujido al que siguió un estruendoso silencio. La afición, consciente de la importancia del portugués en el equipo, notó muy dentro un crujido helador, cerca de donde debe estar el alma. Crujió el ánimo de la grada y crujieron los cimientos del Calderón de una manera que hizo pensar si aquella aluminosis de la que se curó nuestro estadio no se hubiera reproducido. Se han recogido testimonios de conductores que transitaban por la M30, justo en su discurrir al lado del estadio, que aseguraron notar un crujido sordo que les obligó a sujetar el volante más fuertemente para no perder el control de sus vehículos. Más tarde el Instituto Geográfico Nacional, tras consultar las mediciones sismológicas de la zona, corroboró las versiones de los testigos localizando el crujido en la parcela central del campo, puntualizando que más que epicentro, en este caso debería hablarse de mediocentro del seísmo.



Evacuaron a Tiago en camilla entre los aplausos del público asistente y, desde ese punto, anduvo el equipo con la cabeza en otro sitio. Intentándose convencer de que habría vida tras el crujido. No es fácil asumir la pérdida del timón, de uno de los líderes. Tiago se rompía, crujido mediante, justo cuando estaba haciendo la mejor temporada de las muchas buenas que hizo junto a nosotros. Llegó el Atleti destemplado al descanso y en la grada se podían escuchar los crujidos del pan de los bocadillos mordisqueados desganadamente. El silencio y la preocupación seguían siendo dueños de la tarde desde el crujido. Ya en la segunda parte el partido se dejó ir, respetuoso con las circunstancias. Tampoco puso en mayores aprietos el Español, por si alguien pudiera afearle poca solidaridad con los afectados por el crujido. Demandaba el aficionado partes médicos esperanzadores, no crónicas de lo que pasaba en el césped.  


Terminado el encuentro, el diagnóstico del alcance de la lesión hizo revivir el crujido. Crujieron entonces las esperanzas. Muchos notaron crujir todas las ilusiones depositadas en la temporada. Hubo quien notó crujir a un tiempo Liga, Copa y Champions. Se dice que crujió el cuero dolorido de los balones que fueron, son y serán, sabiendo que pasará tiempo hasta que alguien en el Calderón los vuelva a tratar con el respeto que lo hacía el luso. Todavía en shock por el crujido, es necesario remontar y no dejarse llevar por la desesperación. La capital baja de Tiago deberá ser suplida como tantas otras veces solventó este Atleti las adversidades: desde lo colectivo. Thomas, Saúl, Koke, la llegada de Kranevitter, Gabi, siempre Gabi, deberán sobreponerse al crujido inmediatamente y sumar las condiciones de cada uno para poder sustituir al mediocentro con mayor dominio posicional que uno recuerda. Ése que fue el sábado con todo para presionar al jugador rival intentando evitar un contraataque del equipo contrario. Un segundo después, solo había crujido.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Viejos amigos

Reencontrarse con viejos amigos produce una sensación difícilmente comparable a cualquier otra. Una sonrisa, un abrazo. Las palabras sobran casi siempre. No es necesario ponerse al día con las nimiedades que uno vierte cuando el azar hace que te cruces con un conocido o un compañero de trabajo, por ponerles un ejemplo. Las vivencias en común, las andanzas que contaremos a nuestros nietos son las que permiten que uno se desnude de toda convención social. Así, totalmente pelados, mostrando solo carne y corazón, uno empieza a comportarse de manera natural, como si no hubieran pasado años desde la última vez. Muchas veces basta una mirada para saberlo todo. Probablemente vuelva a pasar demasiado tiempo hasta el próximo encuentro pero en esa futura ocasión ocurrirá lo mismo: no hará falta manchar el momento con ninguna palabra que pueda sobrar.

No había sacado todavía el Atleti de centro y ya era dueño del partido. No era necesario analizar nada más, no hacía ninguna falta acordarse de las dudas que entre algunos sembraron partidos anteriores. Los primeros compases sirvieron para abrazar en silencio a nuestro viejo amigo, el que nunca falla y viste de rojo y blanco. Volvió el Atleti que recordamos, el de los goles que brotan de una voraz presión. Volvió el equipo que no recula, que no teme. Sonreímos al volver a reconocer a Filipe, a Koke, a Gabi e incluso a Griezmann, aunque estuviera fallón en los últimos metros. Disfrutamos sin querer verbalizar los desmarques de Torres. Recuperamos la certeza de que Godín es indestructible y constatamos de nuevo que nuestra tranquilidad está íntimamente ligada a la presencia de Oblak bajo los palos. Si a todo lo anterior le suman ustedes que Tiago y Carrasco mantuvieron el altísimo nivel de pasados partidos, podrán imaginar de lo que les hablo. Hubo tiempo incluso de acordarse menos silenciosamente pero de manera muy sentida de la señora madre del colegiado, viejo enemigo con tradicional fijación por perjudicar a los nuestros.




Cualquier conocido, especialmente si es de esos tan molestos con tendencia a moverse entre cielo e infierno tres veces en el mismo día, buscará hoy motivos para la preocupación en la cortedad del resultado o en la incertidumbre final de un partido que debería haber fallecido por goleada. Háganse el favor y sáquenselos de encima con las convenciones sociales usadas en casos parecidos. No permitan bajo ningún concepto que nada ensombrezca el recuerdo de los noventa minutos vividos ayer. Esos en los que nos volvimos a abrazar con nuestro viejo amigo el Atleti sin pronunciar palabra alguna por si pudiera ensuciar el momento. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

Óliver y la pausa

Artículo publicado en CTXT: http://ctxt.es/es/20151118/Deportes/3044/Oliver-Torres-Atletico-de-Madrid-futbol-La-Colchoner%C3%ADa.htm

Corren malos tiempos para la pausa. Se mira con recelo a cualquiera que tarde más de un segundo en contestar cualquier tipo de pregunta, se sospecha de aquel que no desagüe sus opiniones en las redes sociales antes incluso de que los sucesos acaezcan. La inmediatez como valor. Primero dispare, luego ya veremos. Consumismo salvaje de bienes y personas. Puede que ese sea el mayor problema con el que ha tenido que lidiar Óliver Torres desde el inicio de su carrera. También lo está sufriendo este año, el de su retorno a casa.

Tal vez el caso Óliver tenga asimismo que ver con la irreal percepción que llevamos esperándole demasiado tiempo. Es algo que nos ocurre con prematuros proyectos de estrellas rojiblancas como él, como Torres en su día, como los hermanos Obama, cuya adolescencia se nos antoja interminable. Las primeras noticias sobre ellos nos llegaron recién terminada su etapa en la guardería. Aquellas diabluras en torneos de futbol 7 o en selecciones inferiores, semillas de expectativas no siempre cumplidas, alimentaron la ansiedad de la afición. No se acaba de digerir el infantil regate del mozalbete que amansa un balón con más peso que su menudo cuerpo cuando ya se imagina cómo será el centro del campo de nuestro equipo cuando dé el salto a la primera plantilla y se pueda dejar bigote. La sensación recurrente en este tipo de episodios es la de que el tren de su madurez llega con demora a la estación de nuestros deseos. Aun a sabiendas de la dificultad de la empresa y conociendo el inmenso abismo que engulle a todos aquellos que se quedan en el camino, nos equivocamos al pensar que su llegada al primer equipo es una meta. Ese paso es solo el inicio del trayecto. Salvo casos excepcionales como el de Fernando, obligado a cargar sobre sus pecosas espaldas con todo el peso de una historia en proceso de oxidación por obra y gracia de unos añitos en el infierno, lo normal es que la máquina devore al niño. Se habla entonces de miedo a las alturas cuando en muchas ocasiones debería achacarse el fracaso a la falta de paciencia. Otra vez la pausa, que anda en retirada.



Óliver debutó en partido oficial con el primer equipo del Atleti en verano de 2012. No había puesto siquiera un pie en el campo y gran parte de la hinchada ya sabía casi todo sobre él. Era tanta la información, tan enormes las expectativas, que aquel debut prematuro con solo 17 años llegó a parecer tardío a los que llevaban varios años relamiéndose viéndole jugar en campos de tierra o buscando en youtube jugadas imposibles con su rúbrica. Con mayor o menor grado de ansiedad, en lo que existía consenso general era en que ese chaval de pelo indomable, frágil presencia física y tez aceitunada poseía algo que le distinguía: llevaba la pausa dentro de él. Era su amiga. Podía moldearla y jugar con ella. Invocarla cuando conviniera de la misma manera que otros jugadores anteriormente habían podido hacerlo: deteniendo el tiempo con un balón en los pies. Los partidos de aquella temporada y del comienzo de la siguiente fueron discurriendo y la participación de Óliver en el equipo fue dosificada por Simeone. El técnico, que algo sabe de esto, quiso dirigir pausadamente cada etapa de la descompresión necesaria para que el jugador extremeño emergiera sin sobresaltos a la superficie del más alto nivel. Aun así hubo quien opinó si Simeone no fue demasiado tacaño en minutos con nuestro protagonista, ignorando desde esa trinchera que por cada Koke que brota cientos de Kekos se malogran.

Han pasado los años, imagino que con lentitud exasperante para los amantes de lo rápido, del usar y tirar, del devorador ritmo de vida vertiginoso. Óliver Torres ha regresado tras pasar por Villareal y Oporto. Ha ganado en físico, su principal talón de aquiles, y en cuajo como futbolista. Se rumoreó a lo largo de la pretemporada con una nueva posible cesión que le curtiera aún más pero el Cholo desechó esa idea de un plumazo. Para el entrenador ya estaba listo. Totalmente preparado para la exigencia, todos los demás valores se le conocen y presuponen. Comenzó la temporada de titular. Jugando un poco escorado en banda debido al carácter no negociable de la presencia de la guardia pretoriana del cholismo, Gabi y Tiago, en los dibujos firmados por nuestro técnico. Hemos visto a un Óliver sacrificado, solidario y a veces más pendiente de defender que de crear. Es de justicia admitir que su influencia sobre el juego parece multiplicarse exponencialmente cuando se separa de la cal y se adelanta unos cuantos metros, pero esas preferencias individuales no encuentran cabida en la máquina al servicio de lo colectivo soñada por Simeone. Cierto es que su participación en el equipo se ha visto eclipsada por la irrupción de dos valores emergentes, Correa y Carrasco, que han conseguido convencer a crítica y público con sus espumosos inicios de temporada. Competencia. Nada que no supiera que se iba a encontrar a su vuelta. Algo que en este Atleti se eleva a nivel de axioma.


De cara a lo que resta de esta temporada ni siquiera esbozada, esperamos a un Óliver como el que hemos adivinado a su regreso: Más hecho. Más futbolista. Más proclive a la búsqueda de lo práctico que a adornarse cuando no sea imprescindible. Más disciplinado tácticamente aunque sin dejar a un lado que su talento brote espontáneamente. Más concienciado sobre lo colectivo. Más Óliver, en suma, que aquel muchacho con pinta de pillo dickensiano al que vimos debutar hace unos años. Ya entonces, pudimos constatar que cuando el cuero caía en sus pies, el tiempo parecía pararse. Todos nos dimos cuenta de que ese chaval llevaba la pausa dentro de él. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

La simpatía perdida

Me parece recordar que el día en el que el Atleti dejó de ser un equipo simpático fue un jueves. Dicen los psicólogos que el jueves es el día de la semana laboral estándar que mejor se afronta, dado que el viernes se convierte en un dejarse llevar hacia el prometido horizonte del fin de semana, pero aquel jueves fue muy distinto. Mi memoria no acierta a recomponer los sucesos acaecidos en los días previos a aquel jueves de hace más o menos dos años en el que el Atleti se liberó de esa dudosa carga, llena de condescendencia, que hacía que muchos ciudadanos le consideraran su segundo equipo. Probablemente, en las fechas que precedieron a aquel fatídico día, el Atleti osó a plantar cara de nuevo e hizo morder el polvo a rivales que hasta poco tiempo antes afrontaban los partidos contra los rojiblancos con la misma preocupación con la que se espanta una mosca. Puesto que nadie había advertido previamente de la dolorosa pérdida, los aficionados colchoneros nos levantamos ese día como si fuese un día cualquiera. Nada hacía presentir el fatal desenlace. En ocasiones así, es de esperar una señal que anuncie la extinción contractual como equipo simpático. Tal vez un crujido seco. Acaso un grito desgarrador. Un punto de inflexión que permita iniciar el nuevo camino. Un suceso más o menos teatral desde el que asumir la nueva condición de seguidor de equipo antipático.

Al llegar a la máquina de café en el trabajo o al pedir un cortado con churros en la barra del bar ya se notaba que algo había cambiado. Las bromas de antaño se habían evaporado dejando en su lugar todo un catálogo de gestos avinagrados. No quedaba rastro de aquellas sonrisitas llenas de suficiencia ni de la falsa empatía que los otros nos donaban graciosamente, habían sido sustituidas por actitudes de profunda ofensa para con nosotros. Donde antes había flores ahora había dolor y rencor. El ambiente se llenó de lugares comunes: permisividad, violencia, límites del reglamento tradicionalmente respetados mancillados dentro del proceso de transmutación de la simpatía en animadversión. Fue significativo constatar cómo aquellos que nos poníamos la camiseta del Atleti pasábamos a ser sospechosos por portarla. Cómo de un día para otro nos convertíamos en cómplices de la banda que pretendía poner patas arriba el orden establecido. De qué manera los padres prohibían a sus hijas en edad de merecer hablar con ese chico del cuarto derecha porque era aficionado rojiblanco. Desde entonces, la escalada de rechazo hacia las malas artes de aquel conjunto destinado a perder que cumplió su sueño de ganar ha ido en aumento. Diariamente se vierten nuevos testimonios a los que agarrarse con fuerza para reforzar la antipatía hacia los chicos de Simeone, hacia el cuerpo técnico y hasta el oso y el madroño, que algo tendrán que ver en todo esto. Pasado el tiempo, uno recuerda ese jueves con mucha nostalgia. Ese día hubo muchos que disfrutamos una barbaridad, todo sea dicho.



Desde hace unas cuantas semanas, hemos ido notando al recoger a los niños del colegio o al departir con el frutero que esa antipatía ajena que con el tiempo se ha convertido en una inseparable y fiel compañera ha conseguido propagarse como el virus de la gripe en nuestras propias filas. Tampoco en esta ocasión hubo ninguna señal que vaticinara el hecho. Nos levantamos como cualquier otro día y no llegamos a escuchar ningún crujido. Ningún sobresalto. Ni rastro de un suceso traumático desde el que entender las posiciones de los que no piensan como tú. Ya no solo se nos mira con prevención desde otras orillas, continuamente surgen voces a nuestro lado de neoaficionados atléticos en los que el discurso de la simpatía extraviada ha calado por el método del gota a gota. De nada ha servido esgrimir la hemeroteca a modo de objeto punzante con el que pinchar el globo de los que olvidan oscuro pasado reciente preSimeoniano. Toda la simpatía que este grupo de jugadores ha ido sembrando a lo largo de su admirable camino se torna antipatía con el paso de las jornadas. Se usan argumentos sobados como el del mal juego, la falta de calidad en ciertas posiciones, la gestión de plantilla por parte del Cholo. Se sospecha de los cambios y del sistema. Se recela del plan y se blasfema sin pudor calificando la etapa como quemada. Con este panorama, no se libran tampoco ni oso ni madroño, culpables sin presunción de inocencia por su sola presencia.


Toda la naturalidad y el regocijo con los que se había asumido la compañía de la antipatía ajena, se han tornado pesadumbre en cuanto la antipatía se ha mudado a nuestro barrio. La pregunta sobre la que uno no es capaz de encontrar respuesta posible es la de cuándo pasamos a ser un equipo antipático para nosotros mismos ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué nos hemos perdido los que no encontramos suficientes motivos para señalar al equipo como intrínsecamente antipático? A veces solo la perspectiva que ofrece el paso del tiempo permite responder a muchas de las preguntas que asaetean a los seres humanos. Quizá solo un análisis arqueológico de los restos de la simpatía perdida entra los nuestros pueda arrojar luz sobre lo que pasó el día en el que decidió irse a por tabaco. Creo recordar que fue un jueves.