Solo un par
de segundos después de marcar los goles que definieron el monumental encuentro
que el Atleti se marcó, tanto Koke como Gabi se acordaron del número 8 y de su
talla humana dedicándole sus tantos. Ofreciendo al navarro una victoria
reveladora que augura un año no apto para los cenizos ni los consumidores de
prensa deportiva de mirada única en dos direcciones. El Atleti, sobre el que
algún confundido militante de uno o ambos colectivos mencionados anteriormente
albergaba muy serias dudas, salió reforzado de un campo complicado y lleno de
trampas como si nada, sacudiéndose distraídamente el polvillo de los hombros.
Apretó el Sevilla principalmente en los comienzos de la segunda parte y tal
pudiera haber parecido que el Atleti lo pasó regular aunque el que suscribe
crea que fue más un acoso territorial que moral y que tan solo la posibilidad
de un rebote o un balón perdido entre la maraña de piernas que se concentraban
en el área llegara a crear algo de desasosiego en esos minutos en los que el adversario,
de los que Reyes es el capitán, con todo lo que eso conlleva, pareció más rival
de lo que fue. Hubo tiempo también para que Jackson convirtiera un gol de delantero
caro que ojalá sirva para sacudirse esa sensación de tener jet lag permanente
pese a haber volado solo desde Oporto. Pudieron golear los nuestros en un campo
complicadísimo y habla eso muy bien de la talla de este conjunto. Dadas las
circunstancias, hasta aquí llega la corta crónica de un partido que merecería
muchas palabras más, infinidad de párrafos que desglosaran las virtudes de este
equipo armado y afinado y lo bien que estuvieron todos, desde el portero hasta
el último suplente pero no será en este artículo, hoy no. Hoy vamos a hablar de
tallas y del 8, claro.
Cuando Raúl
García llegó al Atleti hubo quien sospechó si la camiseta no le quedaría grande
y, tal vez por ello, se le colocó en un sitio en el campo que no era el suyo. Intentaba
el navarro ajustarse lo mejor que podía la zamarra de mediocentro en un equipo
que no era un equipo sino una colección de retales comprados al peso. Un gran
sector de la afición la tomó con él de manera incomprensible y descarnada pero
él no eligió el camino fácil que muchos otros toman: dedicar un gesto feo a la
grada, borrarse dentro de una alineación plagada de garabatos difuminados.
Continúo el 8 a lo suyo, erigiéndose en timón no siempre afortunado de una nave
desnortada y sin rumbo. Echándose a las espaldas y con poca ayuda una escuadra
herida de muerte desde la planificación de la plantilla. De aquellos años queda
en la memoria la reprimenda educativa al malcriado niñato de Madeira, siempre
tan solícito a la hora de ir a favor de obra, tras un quite poco caballeroso
con la espalda. Quedó claro que con Raúl en el campo nadie haría de menos al
Atleti. Ningún cabaretero de tres al cuarto osaría a hacer eso en sus
monumentales narices. Fue entonces, mientras muchos silbaban y peroraban
devorando pipas sin sal sobre esa camiseta que a su juicio le quedaba varias
tallas grande, cuando otros nos dimos cuenta de que el problema de talla no
estaba en él, sino en esos sectores de la masa social a los que era el Atleti
el que les venía grandísimo.
Fueron
pasando los años, fueron los títulos cayendo y el desaguisado de plantel
maquillándose. Desde su llegada, todos los técnicos contaron con él en mayor o
menor medida, jugando unos 30 partidos de media con todos ellos pese a no jugar
en la posición ideal para él y no estar casi nunca en las alineaciones ideales
que se vierten en cafeterías y bares de carretera. Hubiera sido un lujo no
contar con ese jugador profesional en el campo y amigo y pilar en el vestuario.
Tuvo que emigrar a su Osasuna natal de manera temporal y silenciosa,
seguramente un poco harto del runrún de la grada, de esa exigencia de peras a
su olmo. Regresó al Atleti sin aspavientos y con naturalidad. Aquí se encontró
a Simeone, el único que supo ver que ese jugador sobre el que sospechaba era
otro si se le adelantaban quince o veinte metros sobre el terreno de juego.
Cuenta
Simeone que en una de sus primeras convocatorias dejó fuera a Raúl García y que
a la mañana siguiente éste ya estaba entrenando cuando a las 8 de la mañana el
técnico se presentó en el Cerro del Espino. “Eso es lo que quiero en mis
jugadores”, recalcaba nuestro entrenador emocionado recordando aquel gesto del
número 8. La confianza que el Cholo le otorgó fue recompensada con goles, sudor
y entrega. No había partido grande, duro, partido de talla XXL en el que el
argentino no contara con el navarro. Por algo debe de ser. Se nos marcha un Raúl
más cuajado, internacional, el jugador atlético con más partidos en
competiciones europeas y uno de los que en más ocasiones se puso la rojiblanca
sumando todas las competiciones. Se nos marcha el amigo al que todos sus compañeros
destacan casi sin preguntarles, el perfecto jugador número doce. Se nos marcha uno de los capitanes de los de antes, de los de carrera y ascendente
entra la tropa. Se nos marcha y no debiera achacarse a eso de no estar de nuevo
entre las alineaciones ideales que todos barajamos, eso a él nunca le ha
afectado. No son cuestiones de minutos sino tal vez familiares y personales las
que aconsejan su marcha. Volviendo al tema de las tallas, permítanme
aconsejarles que contemplen la foto que acompaña a estas líneas y díganme si no
creen que la camiseta del Atleti le queda a Raúl como un guante, más allá de
tallas. Personalmente recuerdo a muy pocos hombres a los que les quedara así de
bien como a este navarro de humanidad, profesionalidad y narices mayúsculas. Gracias y que te vaya bonito, Rulo.