martes, 16 de julio de 2013

Muecas, guindas y regalos útiles

Ya van dos. Villa y Demichelis. Bien es verdad que antes llegaron otros dos más: Baptistao y Giménez, pero esos no eran de los fichajes ante los que la afición, y lo que es más relevante Simeone, crían mariposas en el estómago. Villa y Demichelis son otra cosa. Son mayores, sí, pero traen el pecho de la casaca lleno de medallas de otras lides, de menciones en batallas grandes, en batallas de verdad, de esas en las que no hay sitio para las retiradas ni para hacerse el Ibagaza, que es como si fuera hacerse el sueco solo que más bajito y con la ceja poblada y negrota. Han llegado los dos tan a la vez que uno se imagina al argentino esperando en la recepción del hotel de Los Ángeles de San Rafael mientras al asturiano se le asigna habitación y se le explica de qué hora a qué hora se sirve el desayuno continental y lo que cuesta la bolsa de patatas del mueble-bar.

Llegados los dos, se ha suavizado la mueca que Simeone esgrimió hace unas semanas, cuando ponderó sobre los que se van y los que no llegan. Les digo suavizado porque queda mueca, menos profunda en el surco que deja en el entrecejo y las comisuras de los labios, pero queda. Anda Simeone como el niño que sospecha que sus padres han olvidado el día de su cumpleaños o, si no lo han olvidado, le van a despachar con un regalo útil. Con un regalo de esos que te echan las cuñadas de parte de la madre que las parió: unos calcetines, unos guantes, una linterna para el coche...


Espera el Cholo una fiesta sorpresa coronada con una tarta. Una enorme y apetitosa en la que poder soplar debidamente las velas que insuflarán ánimo e ilusión para la temporada que se nos viene encima. El argentino tiene claro cuál le gustaría, cuántos pisos tiene que tener y si en el borde debiera llevar láminas de almendra de esas que se te clavan en las encías cuando se devora la porción con ansias de repetir. Dejó claro hace tiempo que la guinda se llama Diego, pero parece que se llamará Digo. Amén de la guinda, uno sospecha que el año se antojará largo sin un mediocentro que sepa sacar el balón de manera más aseada que los presentes y sin otro nueve, a poder ser uno grande y que conozca los secretos del juego de espaldas. Probablemente, la mueca de Simeone se borrará en cuanto llegue la guinda y no exigirá más por no oír lo de siempre. Probablemente, con la guinda en la plantilla no querrá hacer más ruido y hasta dibujará una sonrisa forzada cuando abra algún que otro regalo y repare en que le han echado unos calcetines, unos guantes y una linterna para el coche. Muy útil todo…

miércoles, 10 de julio de 2013

De tripas y delanteros

Unos lo llaman pálpitos, otros lo llaman tener un don. Lo llamen como lo llamen sus convecinos, todo el mundo en el pueblo sabe que Crisóstomo tiene un sexto sentido que se manifiesta en ocasiones singulares. Lo tiene desde pequeño, no crean, aunque hasta que fue capaz de conocer su don y convivir armoniosamente con él lo pasó medio regular. Muchos fueron los viajes a la capital de la provincia para visitar a un especialista en aparato digestivo que atendía por lo privado al módico precio de mil duros por sesión, muchos fueron los viajes de vuelta al pueblo con la falta de un diagnóstico claro flotando en el compartimento del tren regional. Será cuestión de intolerancia, decían unos, será que tiene la solitaria, argüían otros viendo lo enjuto que estaba el niño pese a los cuidados de su madre. El caso es que Crisóstomo, a pesar de dietas blandas y gachas nutritivas, experimentaba los mismos síntomas que alguien que se va por las patas abajo en cuanto algún suceso destacable iba a suceder. Se descompuso notablemente horas antes de que encontraran a Aquilino, el de Isaías, colgado de un olivo tras perder las tierras en una partida de julepe. No salió del baño el día en el que el mayor de la Eufrasia se presentó en la procesión del Cristo con peineta y maxifalda confirmando las habladurías que lo calificaban de suave. Lo que comenzó como una casualidad a la hora de hacer vaticinios digestivos, se convirtió en un oráculo en toda regla al que los lugareños acudían para disipar cualquier duda que pudiera rondarles la nuca y el entrecejo: “Crisóstomo, ¿se puede plantar cebada en la parcela de Julio el Manco? Es que si no, no planteo arrendamiento” “Anda Crisóstomo, mírame en las tripas si mi Casimiro me la está dando con queso con esa prima lejana de cercano trato” “Crisóstomo, tengo a Norberta triste y no da la leche de antes, ¿qué debo hacer?”

Así es Crisóstomo, su intestino predice sin fallo cualquier acontecimiento venidero, soluciona disyuntivas  y hasta es capaz de saber si el desenlace será trágico o feliz dependiendo de cómo se presente el apretón. Si las tripas le cantan, como él dice, es que será para bien. Si se le eriza el vello de los brazos ante el retortijón, prepárense que vienen curvas. No hay nada de ocultismo, es ciencia digestiva en estado puro…

Andábamos antes de ayer reponiéndonos de la siesta, una de esas siestas que uno guarda para el verano, esas de sudores, aromas de gazpacho y etapas rompepiernas del Tour, cuando saltó la noticia del fichaje de Villa por el Atleti. Nos pilló a desmano, nos pilló algo dormidos todavía y probablemente todo eso junto no nos permitió formarnos una opinión a bocajarro. Pasadas las horas y analizados los pros y contras de su fichaje con las tripas, sabias consejeras aún sin la precisión que atesoran las de Crisóstomo, uno debe reconocer que no le disgusta el fichaje de Villa pero con atenuantes, con esas desconfianzas inherentes a cualquier operación que desde el club se aborda.



Lo primero que sorprendió es el bajo precio del traspaso, lo que fue atribuido por algunos maledicentes al efecto de las rebajas caniculares pero debe ser analizado desde el punto de vista de la alta ficha que el delantero trae debajo del brazo. Lo siguiente que hizo el personal es irse a los buscadores de Google o las Wikipedias de turno para certificar la edad de El Guaje. 31 para 32. “Yo creía que tenía menos”, decía en la terraza del paseo marítimo aquel señor que impregna la noche de olores a aftersun para aliviar las quemaduras del sol justiciero. Llega al Atleti un jugador cuajado, con lo bueno que tiene eso en cuanto a experiencia y saber jugar partidos grandes y con lo menos bueno que tiene al ser una apuesta de corto plazo, lo que por otra parte no debería ser un problema en una entidad en la que cumplir el contrato firmado es de una rareza comparable a conseguir un crédito hipotecario para una segunda residencia en los tiempos que corren.

Inevitablemente, el asturiano tendrá que soportar desde el mismo momento en el que se enfunde la sagrada camiseta rojiblanca la comparación con Falcao y muchos goles tendrá que firmar para hacer olvidar al colombiano de las botas de Hello Kitty. Objetivamente, el equipo pierde potencial y colorido en el calzado pero al final todo dependerá del resto de incorporaciones a realizar. Puestos a comparar y demostrando nuestros conocimientos en sistemas de ecuaciones complejas, cuarenta y cinco millones del colombiano menos cinco millones del de Tuilla, dan para potenciar al equipo de manera notable, hecho que se niega a la mayor desde las oficinas del club y las redacciones de medios paniaguados esgrimiendo la deuda como variable que siempre hace que las cuentas no cuadren. La deuda, esa maldición de proporciones bíblicas que parece habernos caído como a quien le cae la varilla de un cohete en un ojo el día de la elección de la reina de las fiestas del pueblo.


Llega Villa y parece venir con ganas. Con ganas de estar aquí y con ganas de demostrar que le queda cuerda para rato. Ojalá que le vaya muy bien. Ayer noche pedí a la tía Fructuosa, la que vive dos puertas por encima de Crisóstomo, que le preguntara qué pálpito le da el fichaje de Villa intestinalmente. Esta mañana me llamó la tía Fructuosa para comunicarme oficialmente que las tripas del oráculo del pueblo cantan cuando Crisóstomo visualiza al asturiano de rojo y blanco. Eso es buena señal y no hay nada de ocultismo. Es ciencia digestiva en estado puro.

lunes, 1 de julio de 2013

De pájaros gordos y Copas Confederaciones

Los pájaros gordos se acercan con suficiencia a las terrazas en las que los humanos toman el poco fresquito que la ciudad les otorga. No se acercan con prevención como los pájaros enclenques o como se acercarían los gatos, descuideros reconocidos en el mundo del velador. Los pájaros gordos, hartos de triunfos y de que los demás les aplaudan hasta cuando no lo merecen, se acercan a la mesa del comensal ufanos, seguros de sí mismos. No se les ocurra a ustedes tirarles una miga hurtada a un cuscurro de pan, de eso nada. Por tan poco premio el pájaro gordo no mueve el pico. El pájaro gordo, dolido en su orgullo ante tal afrenta, hinchará el pecho de esa forma tan característica que tiene, esa que hace que el color rojo del plumaje se acentúe, y afeará al transeúnte la ocurrencia de la miguita:

- Sepa usted que aquel señor de allí nos ha dado varios trozos de bienmesabe y, si nos tiró pan, fue porque previamente lo había mojado en la salsa de los caracoles, que estaba de rechupete, todo sea dicho…

Comprenderán ustedes la sorpresa con la que el esforzado asistente terracero recibe estas afirmaciones, mucho mayor que cuando el camarero repeinado hacia atrás con aceite de freidora informa de que las cañas tienen un suplemento de tres euros con cincuenta por ser tomadas a la fresca.

Estas actitudes hacen que el pájaro gordo acabe cayendo gordo, valga la redundancia, y que el ciudadano medio obvie el acto de lanzar miguitas o panchitos al suelo no vaya a ser que el pájaro gordo se encare y le ponga en un brete delante de todos los demás ocupantes de las mesas. Es entonces cuando el pájaro gordo, lejos de pararse a pensar si no estará haciendo algo mal para que no le echen nada, se reboza en autocomplacencia y se convence de que el mundo se equivoca, de que el individuo que no le ofrece lo que él quiere es un impresentable y de que no se puede esperar nada más de un señor que acude a la terraza con riñonera y sandalias que muestran unos dedos como morcones.

Pasa el tiempo y el pájaro gordo pierde lustre hasta el punto de que ya parece una broma seguir llamándole gordo. Él, enroscado en sus posiciones, mira con condescendencia a aquellos otros gorriones que levantan la patita y hacen un volatín por los restos de un plato de patatas onduladas y no se plantea cambiar de estrategia alimenticia aunque ya se le noten las costillas bajo el plumón. El pájaro gordo se pasa por el forro de la entrepierna las teorías evolutivas y opina firmemente que no hay que adaptarse al entorno, sino que el entorno se debe adaptar a él.

Terminará el verano, vendrán los vientos del norte y el pájaro gordo se mostrará famélico. No asomará en él ni una pizca de reconocimiento frente a los errores cometidos y casi no tendrá fuerza para levantar el vuelo y migrar a parajes más cálidos lo que le hará presa fácil para algún gavilán de plumaje dorado que se encuentre a lo largo de la travesía. A punto de ser devorado seguirá pensando en aquella salsa con la que se acompañaba a los caracoles….




Se acercó España con suficiencia a la terraza veraniega de la Copa Confederaciones, ese torneo pretendidamente relevante con la misma tradición que aquel trofeo Spiderman que los atléticos todavía recordamos, y lo hizo empachada de triunfo. Gorda de halagos. Se acercó a tierras cariocas y mostró signos altamente preocupantes. Solo dejó cuarenta y cinco minutos contra Uruguay y una exótica goleada a Tahití, poca cosa. Más allá de eso, ganó a Nigeria sin merecerlo y con síntomas de proverbial debilidad defensiva y superó a Italia en unos penaltis que castigaron a los transalpinos, claramente superiores en tres cuartas partes del partido. Servida la final soñada, uno observa cómo se suceden los debates estériles siempre con el aplauso, con la ovación ciega como ruido de fondo. Que si nueves de verdad o nueves falsos, que si dobles pivotes o pivotes dobles, que cómo puede seguir convocando a este tío o que cómo no juegan estos dos con lo buenos que son en las islas británicas, que si me echa usted un barquito de pan mojado en la salsa de los caracoles, que está de rechupete, todo sea dicho…

A la Roja, al igual que al equipo transmesetario del que toma principalmente su idea, se le está empezando a ver el truco si el mago no está rápido de manos. Los pájaros rivales saben dónde tocar pelo y pluma. Saben que planteando partidos hoscos, partidos a cara de perro con líneas de intensa presión muy arriba el pájaro gordo se cortocircuita. Mientras tanto, el pájaro gordo sigue aferrado a su idea, a una idea que se vende como irrenunciable como si no hubiera otros caminos. Como si el tiquitaca no pudiera tener variantes en las que también primara el buen trato por el balón. Como si llevar el modelo al paroxismo de no tirar a puerta o de querer enlazar cinco pases dentro del área pequeña rival fueran el axioma inamovible. El pájaro gordo y rojo, con el Sr. Marqués al frente, se pasa por el forro de las patrias entrepiernas las teorías evolutivas y opina que no hay que evolucionar, que no hay que adaptarse al entorno. Que si esta fórmula nos valió en varias ocasiones es que es la buena de verdad. No hay debate sobre la gordura que otorgan los resultados y se aplaude todo, hasta, valga el ejemplo, la presencia en la formación titular de un lateral derecho del que sorprende no sólo su titularidad sino que se pueda ganar la vida con el balompié.


Terminará el verano y se atisbarán a lo lejos citas de mayor calado. El pájaro gordo las afrontará algo más chupado de cara. Flaco por las dudas que le corroen pero empachado con los epítetos complacientes que le dedica el personal. No asomará en él ni una pizca de reconocimiento frente a los errores cometidos y casi no tendrá fuerza para levantar el vuelo y volver a migrar a los cálidos parajes en los que se acaba de disputar el crematístico trofeo confederado. Eso le hará presa fácil para algún gavilán de plumaje dorado tirando a amarillo brasileño o a algún halcón de pecho azzurro que se encuentre a lo largo de la travesía. A punto de ser devorado seguirá pensando en aquella salsa con la que se acompañaba a los caracoles….