– ¡ESQUIROL! ¡COLABORACIONISTA! ¡MAL PADRE! ¡SE META USTED LA REFORMA POR DONDE LOS PEPINOS EMPIEZAN A SER LO QUE SE DICE AMARGOS!...
– Emeterio, deje usted de lanzar soflamas, que vamos a llegar tarde al partido del Atleti –dijo el patrono de la pyme.
– Don Heraclio, ¿no tendrá usted por ahí un paracetamol? La lucha de clases me ha dejado la cabeza como un bombo –explicó el representante sindical.
–Mire que se lo dije Emeterio, ¿para qué tanto megáfono si ya quedamos solo usted y yo en la empresa? Si tiene usted que ponerse en modo piquete, se pone y me informa, pero no vocee que luego le sobreviene una migraña estructural.
– Pues nada, me tomo la pastillita y salimos para el Calderón ¿Lleva usted los bocadillos, Don Heraclio?
Pues sí, el Atleti ayer se presentó a trabajar. Llevaba en su bolsillo una carta de servicios mínimos, no crean, que este Atleti de Simeone no puede ser acusado de insolidario. Se enfrentaba a unos alemanes, lo que siempre da algo de susto y complejo en lo que a cuestiones laborales se refiere. Pareció por momentos que el partido se iba a jugar en familia por las dificultades que tuvo ayer el aficionado para llegar al Calderón: llegó tarde el que vino en metro reflexionando sobre la problemática de la sardina enlatada y llegó más tarde aún la que vino enganchada del retrovisor del autobús sintiéndose protagonista de una película que desmenuza crudamente la problemática del transporte colectivo en Calcuta. Como hubo tantos que llegaron tarde, casi todos se perdieron el gol de Falcao en una salida mal medida del portero teutón y los mejores minutos del equipo: presionaba el Atleti no dejando a los alemanes asomar la cabeza más allá del mediocampo, inventaba Arda Turán, Koke percutía, se sumaba Juanfran y saltaba Falcao a rematar todo lo rematable que rondara sus dominios. Tras esta fase de más o menos veinte minutos, bajó un poco el equipo el pistón, que una cosa es no hacer huelga y otra ponerse a producir como un japonés de Osaka. Muchos de los que venían en autobús, en metro o a golpe de zapatilla llegaron entonces al estadio, justo cuando el equipo levantaba el cerco sobre el área alemana. Como siempre que alguien llega tarde a los sitios o como siempre que alguien ve una concentración de gente en la calle, los recién llegados preguntan al de al lado que qué había pasado con maneras de gacetillero. Casi todos los de al lado respondieron que bastante bien dentro de lo posible y algún otro no contestó porque se había declarado en huelga a la hora de hablar con su vecino de asiento, harto de oírle hablar durante toda la temporada de lo bien que le va a su sobrino, el tercero de su hermana, el que se ha tenido que ir a trabajar al extranjero porque aquí no encontraba nada a pesar de tener cuatro carreras y saber quince lenguas vernáculas. Así transitaba el partido, con aficionados madrugadores asaeteados a preguntas por los que se habían demorado en el camino y con estos últimos reacios a creer lo que se les contaba, que ya se sabe lo dado que es el puntual a exagerar las cosas para restregarle en las narices su tardanza al que se retrasa. Finalmente llegaron todos y la entrada estuvo bastante bien, tres cuartos de entrada largos según los datos oficiales y gente para llenar diecisiete campos como Maracaná según los sindicatos.
Ya con todos acomodados y con el público pensando en el bocadillo tras tanta mañana de dimes y diretes, en un desajuste defensivo acentuado por la tranquilidad exasperante que a veces muestra Miranda, los germanos marcaron y los que habían llegado pronto se quedaron mirando a los tardones con prevención, como si fueran gafes. Como consecuencia del gol alemán y desde el final de la primera parte hasta bien entrada la segunda, el Atleti decidió secundar la huelga. No es que fuera una huelga de no presencia o de brazos caídos, no. Fue más bien una huelga de pantorrilla acalambrada y de espesura de ideas. Viendo que Courtois salvaba la papeleta en una gran parada, viendo que el mando del partido recaía en el contrario y viendo que éste dejaba pasar los minutos perdiendo tiempo alegremente, Simeone intentó revitalizar la jornada laboral dando entrada primero a Diego por Koke y después a Salvio por un Adrián cuyas piernas llevan algunos encuentros en servicios mínimos. La entrada de Diego proporcionó movilidad y mejor circulación del balón y la de Salvio arreones de esos que se empiezan celebrando y se terminan maldiciendo.
Volvió el Atleti a mandar. Los demás ponían el corazón y Diego la cabeza. Se vivieron minutos de emoción y asedio contenido mientras el reloj recordaba a cada mirada que se le dedicaba que no iba a detener su avance por mucha huelga que estuviera convocada. Muchos andaban hablando con el de al lado, quejándose con razón de lo escuálida que es la plantilla sin un tercer delantero para ocasiones como estas o perorando sobre la procedencia o no de un futuro despido de Indy, cuando el balón cayó a los pies de Salvio. Como de costumbre la jugada parecía condenada al tropezón, pero se sacó nuestro mediapunta un latigazo que devolvió esperanzas y permitió reencuentros entre vecinos de asiento.
Habrá que luchar en Alemania y habrá que hacerlo con el equipo mermado por las bajas que acarrean las tarjetas de ayer: Juanfran, Arda y Gabi, casi nada. Habrá que seguir aferrándose a lo poco que queda en esta temporada. Habrá que seguir afeando la conducta de la patronal gerente atlética a pesar de que, incomprensiblemente, no se haga de forma mayoritaria. Habrá que seguir soñando con Bucarest…y hasta habrá que no hablar demasiado mal de Salvio, por mucho que algunos maledicentes le califiquen de paquete, que no de piquete.