He de confesar que hoy no tenía previsto contarles nada. Lo admito, tenía pensado parir algo mañana o pasado después de reposar lo que nuestro Atleti haga esta noche en Francia. Pero, miren por dónde, les vengo a pedir su colaboración. Vivo rodeado de dudas. No sobre las dudas que nos pudieran asaltar ante las prestaciones que nuestro equipo pudiera ofrecer hoy, no. Intentaremos dar un voto de confianza y pensaremos que lo del pasado fin de semana será un borrón doloroso, más por la rendición mostrada desde el inicio que por el abultado resultado en contra. Ya les digo, hoy no toca, centrémonos en otro tipo de dudas.
Les pongo en antecedentes, echaba uno la noche mirando de refilón un partido de Champions en el que un equipo español se fajaba contra otro de la Gran Bretaña. Unos iban de blanco, hecho que siempre me ha inclinado a apoyar al equipo contrincante, y otros de azul, hasta ahí poco más que reseñar. Aportaré también que la principal razón por la que uno va con los de azul, que nunca me han caído del todo simpáticos, es la presencia de uno de los nuestros. Alegaré en mi defensa también que, siempre que uno tiene oportunidad, intenta ver partidos del equipo azulado con el exclusivo objetivo de ser testigo de un gran partido del número nueve. Añado que, como consecuencia de ese seguimiento que les cuento, uno ve que cada día se encuentra más suelto, que cada día se acerca más a lo que él puede dar y que se empieza a encontrar más cómodo, ya dejados atrás momentos de lesiones inoportunas y de adaptaciones nunca fáciles. Aún así no piensen que las dudas que me sobrevinieron como gases tras un consumo excesivo de legumbres estofadas provienen de su rendimiento o de su valía. No, no. Ahí, uno no tiene la más mínima. Uno de los grandes es lo que él es, independientemente de estados de forma, de rachas o de gestos feos que marqueses de nuevo cuño le hagan.
Continuaba la noche plácidamente hasta el preciso instante en el que el delantero centro del equipo británico abandonaba el campo para dejar sitio a un compañero de pasado tenebroso. Entonces, la afición del equipo español despidió al rubio compatriota entre una sonora pita. Sostenida, casi unánime, a mi juicio injusta. Tal vez hubiera encontrado justificación si el equipo de blanco fuera otro y su afición le hubiera despedido de tal manera en base a una rivalidad difícil de ocultar aunque edulcorada en los últimos tiempos por obra y gracia de la desigualdad que admiten y potencian los gestores que rigen el destino de nuestro equipo. Pero no, no fue el caso. El caso es que pasados unos segundos llamaron a la puerta y uno tuvo que ir a abrir con fastidio por si se le enfriaba la menestra. En el rellano me encontré con varias dudas que tras presentarse educadamente, accedieron a mi hogar con ánimo de quedarse. Dada su intención, me vi obligado a hacer una tortilla francesa de emergencia y a habilitar una cama plegable para que pasaran la noche lo más dignamente posible.
Ésta mañana, y ya antes de que saliera el sol, me las he encontrado en la cocina trasteando y han preparado zumo de naranja y tostadas para todos, lo que es un detalle de agradecer, pero me he visto obligado a inquirirles en tono calmado cuál era el fin último de su presencia. Me han dicho que se presentaron de improviso ante mi no entendimiento por el trato dispensando al futbolista. Comentaron que antes que conmigo han compartido techo con otros que no aciertan a comprender por qué el jugador que metió el gol de la final del Mundial se despide entre ovaciones en casi todos los campos y éste otro se marcha sin ni siquiera una burda división de opiniones a pesar de marcar el gol de la final de la Eurocopa. Las dudas me han informado de que han abierto una línea de investigación para constatar si puede ser que a la gente le gusten más los helados Kalise que los refrescos que oferta Pepsi (o Pesi, como nos gusta decir a algunos). Barajan también la hipótesis de que lo europeo se percibe como provinciano y lo mundial como cosmopolita y globalizado, torneos de selecciones incluidos. No descartan que a la población le haga más gracia el nombre de Fuentealbilla que el de Fuenlabrada aunque compartan la misma raíz. Aún así, ellas mismas admiten que son casi todo conjeturas y que se quedarán conmigo hasta que resuelvan el entuerto. Es por ello por lo que pido su colaboración. No es que me molesten especialmente, pero no me negarán que no está uno igual de cómodo cuando hay visita en casa, aunque solo sea por el sobrevalorado hecho de no poder pasearse en calzoncillos. Sé que no será fácil, pero tengo que encontrar una explicación. Aunque debo confesar que, por si las moscas, acabo de solicitar el empadronamiento de las dudas en mi casa. Me da que tardaremos en saber el por qué.