Petronila miraba por la ventana. Miraba sin mirar. Vamos, que no reparaba en que el niño del quinto se estaba fumando su primer cigarro en el parque de enfrente. Su mente estaba mucho más allá del parque. Estaba viajando hacia su vida de hace unos años, en cuando estaba con Aurelio, su novio desde casi el parvulario. Acababa de verlo pasar por la calle. Iba con una bufanda verde y oro, de esas que llevan ahora los atléticos que luchan por un Atleti mejor. También llevaba la camiseta enfundada, pero ya no era esa que ella le regaló, esa con el nueve a la espalda y el nombre de Torres. Ahora era otra, pero con la chaqueta no vio el nombre ni el número. Hacía tiempo que le había dejado. Después de quince años de novios. Le había dicho que se había cansado de lo de siempre. De la rutina. De los caracoles en Cascorro y las bravas y la jarra de sangría en la Latina los domingos a mediodía. Del paseo hacia el estadio bajando por Pontones en días primaverales como hoy. De los achuchones en el vagón del metro atestado en Pirámides. De los torpes besos en el portal. De las despedidas hasta el día siguiente.
La verdad es que no se había cansado. La verdad es que se cruzó Vicente. El comercial que se incorporó por esas fechas a su empresa. El que llevaba un traje barato pero que le quedaba impecable. El que hablaba tan bien. El que hablaba de objetivos de ventas, de objetivos de ingresos, de objetivos subjetivos y hasta de objetivos Birmania. El que la sedujo con su palabrería. El que le habló de un piso en un barrio en construcción cerca de la carretera de Burgos. El que le habló de niños rubios vestidos de manera idéntica. El que le prometió viajes a sitios exóticos. El que le habló de restaurantes con platos deconstruidos. El que había echado barriga. El que la había llevado a Andorra como destino más exótico para ganarse un dinero con tabaco de contrabando. El que esta tarde cancelaría su cita excusándose en un repentino dolor de muelas.
Pensaba Petronila en lo tonta que había sido. En que se había dejado embaucar por las palabras de Vicente. En que aún hoy cuando ella le echaba en cara sus embustes, él seguía hablando de burbujas inmobiliarias, de sinergias, de oportunidades hipotecarias, pero al final nada. Es lo que tienen las palabras. Que si no están acompañadas de hechos, cansan. Engañan. Tapan miserias. Pensaba también en cómo le gustaría volver a la rutina. A los domingos de tapas y raciones. Y sabía que estos horarios a los que somete la Liga de Fútbol en connivencia con las televisiones no permiten tomar bravas la mayoría de las veces. Ya casi no había domingos a las cinco. Pero bueno, podría haber sábados de café y pastas y domingos de bocadillo de mortadela. Le daba igual. Sólo quería volver a las antiguas costumbres.
Se encontraban en el Calderón dos equipos llamados a luchar por objetivos mayores que se encuentran en plena lucha por objetivos subjetivos. No crean, para el común de los mortales es de una tremenda objetividad decir que no tienen objetivos. Que se han dejado todos por el camino. Algunos pocos, entre los que se encuentra nuestro técnico, opinan con el entendimiento lleno de subjetividad que todavía hay objetivos, aunque sean birmanos. Que todo esto no es más que un trance para afianzar la gestión del cambio que toda sociedad anónima o sociedad apropiada indebidamente debe afrontar. Que lo importante es buscar sensaciones que refuercen a la psique para generar respuestas de carácter positivo. Entonces nos miramos unos a otros y ponemos la misma cara de poker que utilizamos cuando un consultor repeinado y con la raya del pantalón planchada según el meridiano de Greenwich nos dice que no hacemos bien nuestro trabajo porque lo pone el powerpoint. Y que todo lo que dice el powerpoint es sagrado. Y que para eso ellos son expertos en adquisiciones, fusiones y aligeramiento de cargas. Y nosotros les intentamos excusar pensando que lo que les pasa es que sufren traumas de infancia, de ese tiempo en que un padre con gafas ahumadas les obligaba a ver La Clave los viernes por la noche, mientras la mayoría veíamos a la Bombi y a Bigote Arrocet en el Un, dos, tres. Pero siguen hablando de procesos de aclimatación de gestión de la demanda. Aunque la mayoría pensemos que es palabrería. Aunque canse. Aunque engañe. Aunque tape miserias. Aunque eche barriga.
Muchos vemos los partidos pensando en tiempos pasados. Mirando sin mirar, con nostalgia de regates vistos y de juego al primer toque. De un equipo dominador. De jugadores internacionales. De volver en el vagón atestado del metro achuchados pero contentos. No como ahora que ni fu ni fa. Y el equipo también tiene nostalgia, aunque sea de tiempos no demasiado lejanos. De los tiempos en los que se partía. De los tiempos en que cada llegada del contrario era una moneda al aire. De los tiempos en que cinco atacan y cinco defienden. Y lo vuelve a hacer a ratos. Y en esos ratos por lo menos carga el partido de emociones. Y también echa de menos la sangría y la vive en partidos como ayer por la banda izquierda de nuestra defensa. Aunque hay cositas que de vez en cuando encienden algo las ilusiones: la buena pinta de Koke y su intención de asociarse y tocar rápido; la solidez de Domínguez; la garra de Ujfalusi; la pelea del Kun aún cuando no juega un partido con las dosis de genialidad acostumbradas.
Pero esas ilusiones mueren un poco por ejemplo cuando ves que en el equipo contrario hay un jugador que no es una maravilla pero que ha elegido jugar en el rival en vez de en nuestro equipo. En que tal vez nuestro director deportivo se muestra absentista a la hora de convencer a jugadores que no habitan en zonas tropicales. En que los fichajes muchas veces no se logran porque tienen el mismo problema que las piscinas comunitarias: las filtraciones. Y luego miras al palco y mueren del todo. Y miras alrededor y ves que tus iguales prefieren tomarla con un jugador antes que con los verdaderos culpables. Y tienes ganas de que vuelvan aquellos domingos. Los de los caracoles en Cascorro y las bravas con jarra de sangría en la Latina. Los del paseo hacia el estadio bajando por Pontones. Para volver contentos. Con nuestro antiguo novio. Ése que derrochaba coraje y corazón.